9 de julio de 2016

MARÍA, CREYENTE PERFECTA

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 María como la creyente perfecta de fe y amor de Dios; María, la mujer humilde, puso en marcha los designios del plan de Dios abriendo paso a la acción del Espíritu Santo. Ese compromiso de María nos alumbra nuestra vida y nos interpela: ¿Abrimos nosotros también, permitiéndolo, la acción del Espíritu Santo en nosotros?

Una mirada a la actitud de María y a su comportamiento ante el ofrecimiento, anunciado por el Ángel, de ser concebido en su seno, por la acción del Espíritu, el Hijo de Dios, nuestro Señor Jesús, es la total disposición a la obra de Dios en ella. No podemos responder a la llamada de Dios si, antes, no somos capaces de abrirnos a la acción del Espíritu Santo, a ejemplo de nuestra Madre María, que espera, por medio de nuestra libertad, concebir en nosotros la Vida de la Gracia, a la que Dios nos llama a vivir. 

Discernir que va antes, si nuestra apertura y disposición, o nuestros cumplimientos y oraciones, es la pregunta que flota en nuestro corazón. Indudablemente, que una cosa lleva a la otra. O dicho de otro modo, ambas cosas se dan simultáneamente. La apertura y la acción en nosotros del Espíritu de Dios. 

Y contar con una Madre que ha vivido esa experiencia transformadora es un privilegio para todos los que queremos, apelamos y aceptamos ser sus hijos. Porque una Madre así nos mimará, nos aconsejará y nos invitará a hacer también nosotros lo mismo: “Abrirnos a la acción del Espíritu Santo”. 

Digamos a diario, poniendo nuestro sincero esfuerzo encima de la mesa la invitación al Espíritu para que nos asista, nos auxilie y nos transforme: “Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus hijos, enciende en nosotros la llama de tu Amor y transfórmanos según la Voluntad de tu Amor para que nuestros corazones sean creados de nuevo”. Amén.