13 de enero de 2018

LA PAZ, FRUTO BENDITO DE TU VIENTRE, JESÚS.

Encontrar la paz no es cosa fácil, ni tampoco está al alcance de nosotros. Porque, la paz es algo que nos viene de arriba y necesitamos pedirlo. No es algo que se compra ni se consigue con trabajo. No puede dar paz aquel que no la tiene, y el hombre, por su pecado, la ha perdido. Necesita recuperarla, y sólo la puede recuperar de Aquel que la posee.  La paz, la verdadera paz nos la da Dios. 

Por lo tanto, hay que pedirla con humildad y mucha paciencia, pero también con disponibilidad incondicional, confiado a la Misericordia y Amor de Dios. Recordemos que en sus apariciones a sus apóstoles, Jesús siempre nos saluda con la paz. Nos la entrega y nos la da, pues quienes están con y en Él la reciben y permanecen en ella.

María, nuestra Madre, es Señora de paz, porque llevó la paz dentro de su vientre y vivió con y en la paz hasta darla al mundo. Ella no se impacientaba ni desesperaba ante tantos interrogantes, dudas o misterios que oscurecían el camino. Confiaba siempre en el Señor y guardaba todo en su humilde corazón. Eso descubre y revela su confianza en el Señor y su esperanza en su Palabra.

María, Madre de la Iglesia, es también estrella que alumbra todas los pasos de sus hijos y les enseña el camino al portal de Belén, lugar y principio de salvación para todos los hombres, porque, ella, allí en Belén empezó nuestra la historia de salvación, que un día le fue anunciada por el Ángel Gabriel. María es pues estrella que nos alumbra el camino hacia su Hijo, única luz de salvación.

Junto a María pidamos la paz. La paz para un mundo necesitado de serenidad, de reflexión, de encuentros de fraternidad, de diálogo en la verdad y de justicia, de amor y de paz. Una paz que sólo será posible en la medida que el hombre vuelva a sus raíces. Raíces que están selladas en lo más profundo de sus corazones y que le remiten al único Creador y Salvador del mundo, nuestro Señor Jesús, el Hijo de Dios hecho Hombre. Amén.