23 de junio de 2018

FÁTIMA Y JUAN PABLO I




Como ya indiqué anteriormente, y para no alargarme, voy a prescindir de dar algunas fechas, así como otros detalles, ya que se pueden encontrar fácilmente en internet.

Un año antes de ser nombrado Papa, el cardenal Luciano Albino visitó a las Carmelitas Descalzas de Coímbra. Necesitaba hablar con Sor Lucía, la vidente de Fátima, que como ya sabemos, fue la única que se quedó entre nosotros con la misión encomendada por la Virgen de dar a conocer la devoción al Corazón Inmaculado de la Virgen María por todo el mundo.

El motivo de su visita fue el de comentar y compartir con ella su inquietud después de reflexionar largamente sobre lo ocurrido el 13 de octubre de 1917, el último día de las apariciones de Fátima.

Al Cardenal Albino le había impresionado sobre manera unos sucesos que habían pasado desapercibidos para la inmensa mayoría, y que tampoco les dieron mayor importancia los que habían deparado en ellos.

No fue el espectacular milagro de haberse secado al instante las ropas de todos los que asistieron aquella mañana a las campas de Fátima. Fue el reparar con inmensa tristeza que en la Iglesia se iba a ir olvidando de un “arma” espiritual que nos había recordado ininterrumpidamente en Fátima La Virgen del Rosario, como así quiso que la recordásemos en su última aparición.

El cardenal Luciano intuyó con profundo dolor el hecho de que, durante el milagro del sol, mientras los espectadores veían con mayor o menor angustia como el sol se iba acercando a la tierra, simultáneamente, los tres pastorcitos estaban rezando el rosario a la vez que veían las distintas escenas que se correspondían con los misterios contemplados.

Y es que conocía el llamado urgente que la Virgen de las Lágrimas, la de La Salette, había hecho a los verdaderos discípulos, los verdaderos devotos, a los apóstoles de los últimos tiempos. Y los tres pastorcitos rezando el rosario mientras la multitud permanecía más o menos asustada, eran un testimonio de la necesidad de los apóstoles llenos del espíritu de María en una sociedad en la que se estaba extendiendo la apostasía.

andrésdeMaría