5 de abril de 2013

Cuando de repente entró Francisco



Estaba yo en una cafetería de Via della Conciliazione, en Roma, cuando de repente entró el Papa Francisco, como si tal cosa, dirigiéndose a la barra del bar y pidiendo un capuccino al camarero.

Al igual que los demás clientes, tras un momento de desconcierto, me levanté para saludar al santo Padre. Pero otros se me adelantaron, porque estaban más próximos o porque fueron más espabilados. Los primeros en acercarse pudieron darle la mano. Los demás nos contentamos con un saludo verbal y con recibir su sonrisa.

De repente, el Papa Francisco nos pregunta:

- ¿Quién pensáis que soy yo?

La pregunta nos sorprendió, especialmente porque la respuesta estaba cantada. Sin embargo, él nos miró uno a uno, mostrando que estaba interesado en oír nuestras opiniones. Y así sucedió. Uno tras otro fuimos dando nuestras respuestas personales.

- Tú eres el Papa Francisco

- Tú eres el Obispo de Roma

- Tú eres el Papa negro

- Tú eres Francisco, el profetizado, aquel que profanará la sede de Pedro antes de la venida de Cristo

- Tú eres el Papa bueno que todos esperábamos, el que reformará la Iglesia y acabará con sus escándalos

- Tú eres el Papa de los pobres

Al final me tocó el turno y dije:

- Tú eres Francisco, sucesor de Pedro y Vicecristo en la Tierra.

En ese momento, al oír esta respuesta, el Papa me sonrió y con un gesto confirmó que era la respuesta que más le complacía.

Y después me desperté de mi sueño. Probablemente, los causantes de esta ensoñación fueron dos post que leí ayer por la noche: Más del Papa Francisco (de Jaime Salado de la Riva) y El Emaús del Papa Francisco (del P. Juan Antonio Ruíz L.C.). Me acosté agitado. Y ésta fue la consecuencia.

Pero, bien mirado, ha sido un sueño interesante. Parece inspirarse en esa otra escena del Evangelio en la que Jesucristo convoca a los apóstoles para preguntarles:

-"¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?" (Mt 16, 13).

Todos comenzaron a apuntar las distintas respuestas, que corrían de boca en boca entre la gente. Y entonces, Jesús, dirigió la pregunta fundamental:

- ¿"Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?" Simón Pedro contestó: " Tú eres el Cristo, el hijo de Dios vivo" (Mt 16, 15-16).

Parece una respuesta evidente, facilísima, elemental. Sin embargo, fue esa respuesta la más importante que dio en su vida. Se llama la confesión de Pedro. Gracias a ella, oyó estas palabras dirigidas a él: "Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mí vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves de los cielos: y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedaré desatado en los cielos" (Mt 16, 17-19).

Está muy bien que en las conversaciones que tengamos con nuestros amigos y vecinos, en el bar o en las tiendas, digamos cuáles son los aspectos que más nos gustan en el nuevo Papa. No pasa nada que estemos encantados con él y tampoco es preocupante que nos caiga mejor que los pontífices anteriores. Eso sí evitemos "etiquetarlos", porque en ese momento estaremos cayendo en el pecado más universal: esperar un salvador que se adapte a nuestros gustos y expectativas.

"Guardaos de tocar a mis ungidos, no hagáis daño a mis profetas", se lee en el salmo 105, 15, y el aviso es de lo más pertinente. Porque quizá es inevitable que algunos medios de comunicación etiqueten al Papa. Pero conviene advertir es que un católico no debe hacerlo. No se trata de algo inconveniente. En realidad no deberíamos etiquetar a nadie, pero se suele admitir esa práctica en los personajes públicos: los políticos deben someterse al juicio de los ciudadanos. ¿Por qué no iba a suceder lo mismo con ese hombre público que es el Romano Pontífice?

Aquí está el punto fundamental. El Papa no es un personaje cualquiera. ¡Es el vicecristo en la Tierra!. Estamos demasiado acostumbrados a hablar de la Iglesia y del Estado como si fueran dos superestrucuras de poder: la primera tendría la soberanía en el orden espiritual; la segunda en el orden material o terrenal. Así los ciudadanos/fieles podrían hablar de sus gobernantes de uno o del otro ámbito, sin distinciones.

Curiosamente, con el Papa Francisco hay mucha gente contenta: de una parte, los laicos alejados, los indiferentes, los rebotados, los tibios, y de otra, los fieles fieles, es decir aquellos que ven en Francisco el Padre común, al mismo Pedro, aquél que es "el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles "(Lumen Gentium, 23).

Tantos las palabras como los gestos del Papa deberían ser acogidos "con una adhesión religiosa, humilde, interna y eficaz: ¡hazle eco!"  (San Josemaría, Forja, 133). Si algo no nos gusta en el Papa Francisco lo propio de un católico es callar. Tú no sigues al Papa ni le obedeces porque te caiga bien, te resulte simpático o responda a tus expectativas eclesiales. Tú le debes seguir porque él es la cabeza visible de la Iglesia, que hace las veces de Cristo mismo.

Y si alguien habla mal de él o le critica sin respeto, entonces es nuestro deber defenderle con caridad y con firmeza.

Y los que somos blogueros con el Papa comprendemos que ésta es nuestra misión.


Joan Carreras del Rincón