Mostrando entradas con la etiqueta Joan Carreras. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Joan Carreras. Mostrar todas las entradas

27 de noviembre de 2013

Como quien comparte una alegría



"Los cristianos tienen el deber de anunciar el Evangelio sin excluir a nadie, no como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable" (Evangelii gaudium, 14).

Una frase estupenda. El cristiano tiene la misión de predicar el Evangelio de Cristo, que es la exigencia misma: "Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará" (Mc 16, 15-16). El gran error consiste en comunicar el Evangelio con el espíritu de un esclavo, que sólo cree por temor a condenarse y, desde esa penosa y miserable situación, predica no el Evangelio de Cristo sino sus miedos y su mezquindad. El deber y la exigencia está en quien predica; en cambio a la persona a la que se anuncia el Evangelio sólo cabe mostrarlo en la verdad del don ofrecido: alegría, horizonte, banquete. El Evangelio sólo es exigente para el que ha creído en él... o para el que lo ha recibido íntegramente y lo ha rechazado. Pero esto último sólo Dios puede decirlo.


Joan Carreras del Rincón

20 de noviembre de 2013

Mis caminos, vuestros caminos



Hay dos textos de las Sagradas Escrituras que querría hoy comentar y compartir con vosotros.
“Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos -oráculo de Yahvé-. Porque cuanto aventajan los cielos la tierra, así aventajan mis caminos a los vuestros, y mis pensamientosa los vuestros.” (Isaías 55, 8-9).
"El Verbo se hizo carne y puso su morada entre nosotros" (Jn 1, 14).
Puede parecer que guarden poca relación e incluso que sean contradictorios o incompatibles. En el primero, en nombre de Dios, el profeta declara la distancia infinita que separa la santidad divina de la naturaleza de cualquier criatura creada por Él y en especial de la vida y de los caminos de los hijos de Adán, que vagan errantes por la Tierra. A la distancia propia de la criatura, los hijos de la ira añaden además otro abismo de iniquidad que puede parecer insalvable y que explica la afirmación de Isaías. 

Sin embargo, estas palabras suelen ser interpretadas erróneamente cuando se aventura a señalar que los caminos de Dios "nada tienen que ver" con nuestros caminos. Sería una interpretación hasta cierto punto justificada si tuviéramos sólo en cuenta la revelación divina veterotestamentaria. ¿Acaso no consiste el pecado del hombre en esa continua aspiración a apoderarse del solio de Dios y de plegar su voluntad a la de sus proyectos megalómanos? Dios tendría necesidad de poner tierra entre medio y de distanciarse en defensa de su libertad. 

Sin embargo, esa interpretación sería sólo hasta cierto punto justificada. En el Antiguo Testamento Dios prepara el camino real, su Camino definitivo para que un día lo puedan recorrer todos los hombres de buena voluntad. A través de signos y figuras, Dios muestra su gran amor amor y predilección por los hombres, a los que sigue amando a pesar de todas sus rebeliones e infidelidades. En el desierto, durante el Éxodo, el pueblo de Israel fue testigo de la presencia gloriosa de Dios que había hecho su morada en medio de ellos. Efectivamente, la tienda del encuentro y la nube son los mejores signos de esa voluntad divina. Y a estos signos remite san Juan al hablar de la Encarnación del Verbo, quien siendo una sola carne con nosotros los hombres (Gn 2, 24) ha puesto su morada entre nosotros. 

Son muchas las consecuencias que se deducen de esta maravillosa iniciativa divina. Ahora, desde que estamos en la plenitud de los tiempos, no es verdad del todo que los caminos de Dios no sean nuestros caminos. En cierto sentido, puede y debe decirse que nuestros caminos son los suyos. El Beato Juan Pablo II escribió en su primera encíclica estas palabras que ahora transcribimos. La Encarnación significa haberse unido al hombre, pero...
...«no se trata del hombre 'abstracto', sino del hombre real, del hombre 'concreto', 'histórico'. Se trata de 'cada' hombre... en su única e irrepetible realidad humana (...). El hombre tal como ha sido "querido" por Dios, tal como El lo ha "elegido" y eternamente llamado, destinado a la gracia y a la gloria, tal es precisamente "cada" hombre, el hombre "más concreto", el "más real"; éste es el hombre, en toda la plenitud del misterio, del que se ha hecho partícipe en Jesucristo, misterio del cual se hace partícipe cada uno de los cuatro mil millones de hombres vivientes en nuestro planeta, desde el momento en que es concebido en el seno de la Madre» (Redemptor hominis, 13). 
En los planes de Dios, esta unión efectiva de Cristo con cada hombre se realiza a través de la Iglesia, pues ella es en el mundo como un sacramento universal de la salvación. Esta solicitud de Dios por cada persona no es abstracta, sino que actúa a través de los cristianos -hijos de Dios y de la Iglesia- y debe de llegar hasta los confines del mundo. El 18 de septiembre el Papa Francisco pronunciaba estas palabras en las que se refería a la Iglesia como madre:
“La Iglesia es así, es una madre misericordiosa, que entiende, que siempre trata de ayudar, de alentar; incluso cuando sus hijos se han equivocado y se equivocan, no cierra nunca las puertas de la Casa; no juzga, sino que ofrece el perdón de Dios, ofrece su amor que invita a retomar el camino, incluso en aquellos hijos que han caído en un profundo abismo, no tiene miedo de entrar en su oscuridad para darles esperanza”.
Si nuestros caminos son ahora los caminos de Dios, también nosotros debemos encontrarnos con nuestros hermanos los hombres cuando sus caminos y los suyos se cruzan. Quizá en un momento de descanso, entonces, hablaremos cada uno de la trayectoria que sigue, de las incidencias del viaje, de nuestras ilusiones y de nuestras esperanzas.

Nuestros blogs son también un trasunto de este entrecruzamiento de las vidas. ¡Cuánta gente llegamos a conocer mientras llevamos adelante las publicaciones de nuestros post!

¡Mi camino, vuestro camino!


Joan Carreras del Rincón



24 de octubre de 2013

Hemos sido liberados de la ley y de sus decretos



"Para ser libres nos ha liberado Cristo. Manteneos firmes y no os dejéis oprimir nuevamente bajo el yugo de la esclavitud" (Gal 5, 1).

¿De qué liberó Cristo a Pablo y a los Gálatas? 

La respuesta a esta pregunta es fundamental para la fe católica, para que el cristiano pueda ser católico.

En términos generales se suele enseñar que Cristo nos liberó de la muerte, del pecado y del demonio. Pero no es a ninguna de estas tres categorías a las que alude el Apóstol de las gentes. El se refiere a la circuncisión, es decir, a la ley mosaica y todas sus prescripciones. Lo anterior es totalmente justo, puesto que esas tres esclavitudes lo son de todo hombre que nace en este mundo: es esclavo del temor a la muerte, de la sujeción al pecado y del poder de Satanás. Sin embargo, san Pablo está refiriéndose ahora a una tentación en la que estaban cayendo los gálatas, la de volver a la esclavitud de la ley, representada por el signo de la circuncisión. 

Quizá ando errado, pero esta sujeción es precisamente la característica principal del poder del diablo sobre los hombres: él es el acusador de los hombres, el enemigo de la justicia de Dios. Su mayor logro consiste en convencernos de que en la ley se encuentra nuestra salvación. Descubre nuestros pecados para que nos sintamos sucios e indigentes. En el Apocalipsis, en efecto, se enseña que "Ahora ya ha llegado la salvación, el poder y el reinado de nuestro Dios y la potestad de su Cristo, porque ha sido arrojado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba día y noche delante de nuestro Dios" (Ap 12, 10). Nos quiere convencer el diablo de que existe una salvación moral consistente en cumplir la ley de Dios. 

Se produce, entonces, una gran paradoja. Liberarnos de Satanás equivale a liberarnos de la ley. Reconociendo nuestro pecado y nuestra incapacidad de salvarnos por medio de nuestras obras, nos abrimos a la auténtica salvación, que es por gracia. 

La salvación del pecado nos parece demasiado obvia. Sin embargo, a pesar de las enseñanzas paulinas, los cristianos podemos llegar a olvidarnos de cuál es la función de la ley en la economía de la salvación. La ley enseña el camino pero no nos ayuda a recorrerlo. Sin la gracia de Dios el conocedor de la ley divina es el hombre más desgraciado, puesto que incurre en la culpa por sus transgresiones voluntarias.  

En el segundo capítulo de la carta a los Efesios se emplea una imagen muy fuerte: "El es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro divisorio, la enemistad, anulando en su carne la Ley con sus mandamientos y sus decretos, para crear en sí mismo, de los dos, un solo Hombre Nuevo, haciendo las paces y reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, por medio de la cruz, dando en sí mismo muerte a la Enemistad" (Ef 2, 14-16). También aquí se destaca que hemos sido liberados especialmente de la ley y de sus decretos, pero no por obra de la circuncisión obrada en la carne de los judíos, sino por la entrega de la carne de Cristo, que colgó del madero. 

¿Por qué traigo estas consideraciones a un blog, cuando ni yo soy experto en teología bíblica ni aquí cabe esperar este tipo de entradas? Porque en este último año he podido advertir reacciones realmente llamativas en muchos fieles católicos. Basta pensar en la renuncia del Papa Benedicto XVI y también en cómo algunos se han rasgado las vestiduras ante los gestos del Papa Francisco. Que los que se denominan a sí mismos enemigos de la Iglesia aprovechen las circunstancias para seguir atacándola mediante los agasajos y los guiños al nuevo pontífice es lógico hasta cierto punto; que esas afirmaciones elogiosas sean repetidas por muchos cristianos tibios o alejados, también lo es. Nada tiene de particular que la gente diga que este Papa sí que le gusta o que interprete los gestos y las palabras de Francisco en términos de liberación de la doctrina cristiana o de una esperada y definitiva adaptación al espíritu de este mundo. 

Tampoco me parece extraño que el sector más tradicionalista -especialmente quienes ya de hecho son un cisma en la Iglesia y no reconocen la doctrina del Concilio Vaticano II- hayan descubierto en las afirmaciones de Francisco la confirmación de sus temores. 

No, ahora me refiero a muchos católicos que han dado testimonio durante años y que han hecho una profesión de la fe católica, que muchas veces les ha acarreado sufrimientos y penalidades. A ellos les recuerdo esta verdad central de la revelación: que somos justificados por el don de la gracia de Cristo (cf. Rm 3, 21-26). 

Ayer leía yo una noticia de un medio católico en el que se afirmaba que el Papa "ha corregido los malos entendidos con una declaración claramente provida". Se refería a su discurso a los ginecólogos, pronunciado al día siguiente de la conocida entrevista realizada por Antonio Spadaro. El articulista se tranquilizaba pensando que el Papa habría advertido su error y habría querido manifestar la ortodoxia de su pensamiento. En esto consiste precisamente el error. El Papa no se está desdiciendo y tampoco entra en contradicción. 

Lo que el Papa está recordando es la verdad central del cristianismo: no es la ley la que nos salva sino la gracia de Dios. Por tanto, evangelizar no consiste en ir repitiendo constantemente de una manera no contextualizada los preceptos de la ley -esta podría ser la labor preferida del demonio y lo fue también de los fariseos- sino el hacer llegar a los corazones de los hombres la misericordia y la ternura de Dios. Y no hay otra manera de hacerlo que siendo nosotros mismos misericordiosos y llegándonos humildemente al encuentro de los demás. 

No me cansaré de repetir los tres puntos del discurso del Papa al Consejo pontificio para la promoción de la Nueva Evangelización: "Lo que quisiera deciros hoy se puede resumir en tres puntos: primado del testimonio; urgencia de ir al encuentro; proyecto pastoral centrado en lo esencial".

No es tan difícil de entender. Basta tener la fe católica. Hemos sido liberados de la ley. Ahí es nada.

Joan Carreras del Rincón

19 de octubre de 2013

La autoridad de Francisco

La autoridad del Papa es máxima: es el Vicario de Cristo, predica el Evangelio en su integridad y lo hace con una conducta y un testimonio intachables


¿En dónde reside la autoridad del Papa Francisco?

El Evangelio nos da la respuesta. Ante la pregunta de Jesús "¿quién decís vosotros que soy yo?", Simón no dudó en afirmar: "Tú eres el Cristo de Dios" (Lc 9, 20). Sabemos por san Mateo, que su contestación le valió su ascenso en el colegio apostólico: "Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos" (Mt 16, 17-19).

Esta autoridad la niegan principalmente los que nos son católicos. El Concilio Vaticano II ha afirmado que el Papa es "principio y fundamento perpetuo y visible de la unidad tanto de los Obispos como de la muchedumbre de los fieles"(Lumen Gentium, 23). La autoridad de Francisco es la misma que la de Pedro. Es la nota más característica de la catolicidad.

En estos días, el Papa Francisco ha puesto a prueba su autoridad. Con la libertad que ha caracterizado todo su pontificado, ha concedido sendas entrevistas al director de la Civiltà Cattolica y al de la Repubblica y en ellas ha respondido sinceramente a las cuestiones que le han sido planteadas. Mientras hablaba de un cambio de actitudes de manera genérica o referida principalmente a los pastores de la Iglesia, sus palabras causaban sorpresa y quizá admiración; pero en el momento en que ha concretado un aspecto de la pastoral: la caridad hacia las personas que están heridas, que han cometido delitos como el aborto o viven una sexualidad desordenada o se encuentran en situaciones matrimoniales irregulares, muchos se han sentido desconcertados. Así les ha ocurrido especialmente a aquellos fieles católicos que durante decenios han tenido la valentía de defender la doctrina católica precisamente sobre esos puntos en los que el Magisterio de la Iglesia se ha mantenido firme siempre ante los embates de la secularización tanto externa como interna de la Iglesia. Un conocido articulista español escribió hace unos días: "he estado haciendo el canelo". Lo decía con amargura y se refería al tiempo dedicado a defender las verdades relativas a la vida de los inocentes.

La autoridad del Papa Francisco se apoya en Cristo, es decir, en la confesión de Pedro -Tú eres el Cristo de Dios- y en la confesión de Jesús -Tú eres Pedro. Muchos han sufrido un duro golpe, pero se mantienen en pie gracias a la la fe católica que profesan. Obedecerán precisamente porque son católicos, pero quizá en su fuero interno seguirán pensando que el Papa se equivoca.

Hoy me gustaría invitar a cuantos se sientan en esta situación o en otra parecida a que consideren otro aspecto de la autoridad del Papa Francisco.

La autoridad del discípulo de Cristo -en esto diría yo que no hay especial diferencia entre el Papa y cualquier otro fiel cristiano- se apoya necesariamente en la ley y en el Evangelio. Si el Papa se equivocara y se atreviese a reformar los dogmas de la Iglesia, tanto en los que se refieren a la fe como a la moral católica, en ese momento su autoridad quedaría menoscabada. Eso les ocurre a todos cuantos gritan reforma y aluden a un cambio en las cuestiones relativas a la moral sexual, el sacerdocio femenino o el aborto. El Papa ha señalado en repetidas ocasiones que no quiere reformar nada que no pueda ser reformado. Ha invocado el Catecismo de la Iglesia, por ejemplo, cuando declaraba cuál debe de ser la actitud del católico ante las personas homosexuales. No podía ser de otro modo. Cualquiera que enseñe cosas contrarias a la verdad revelada y custodiada en el depósito de la fe pierde en ese mismo momento su autoridad. El Papa no es una excepción, salvo que precisamente en este punto él cuenta con el don de la infalibilidad.

Pero no es éste el aspecto más interesante de la autoridad del Papa Francisco y que le hace asemejarse mucho a su maestro Jesucristo. La autoridad está fundamentada antes en el Evangelio que en la Ley de Dios. La Ley no salva al hombre. En cambio, el Evangelio es causa de la salvación para el creyente. Como las verdades de la Fe son sobrenaturales y la razón no puede acceder a ellas por sus propias luces, la adhesión sólo puede proceder o bien de la gracia divina que mueve el corazón de los fieles o también de la coacción externa. Este último supuesto queda excluido, porque es contrario al principio áureo de la evangelización, del que hemos hablado en otra ocasión:
« La verdad no se impone sino por la fuerza de la misma verdad, que penetra, con suavidad y firmeza a la vez, en las almas » (DH, 1).
La imagen clave utilizada por el Papa Francisco en la mencionada entrevista ha sido la de un hospital de campaña. El personal sanitario no puede esperar a que vengan los enfermos, sino que debe de irlos a buscar al campo de batalla. Están heridos. La medicina no viene de la ley sino del Evangelio de salvación. La credibilidad constituye un punto fundamental de la autoridad evangélica. El primer mensaje no debe de ser necesariamente de orden moral, sino espiritual: al herido no se le puede preguntar qué niveles de colesterol tiene o cómo anda de azúcar en la sangre, puso como ejemplos el Papa.

A muchos les puede parecer que la misericordia es algo así como un suplemento del Evangelio, cuando en realidad se identifica con él. La misericordia alcanza su culmen cuando el herido abraza la verdad salvadora, que es Cristo. El mandato misionero de Cristo cuenta con la misericordia de los evangelizadores, porque sin ella es difícil que el Evangelio llegue al corazón de las personas. La autoridad del que anuncia la Verdad y la emplea para vencer al enemigo se presenta tarde o temprano débil y quebradiza. Aunque se apoye en la Ley de Dios, el que la anuncia carece de la autoridad propia del cristiano. Eso es lo que les sucedía a los fariseos. Las palabras de Jesús son emblemáticas:
"En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Haced, pues, y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen. Atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas" (Mt 23, 2-4). 
Si hablamos de una nueva Evangelización, ¿no será por qué quizá debamos aplicarnos todos estas palabras de Jesús? ¿No deberíamos examinar nuestra conducta para advertir que perdemos credibilidad -y autoridad- cuando señalamos la ley divina que debe ser respetada por todos pero quizá no le damos importancia al mensaje evangélico mismo? 

El Papa Francisco se hacía esta pregunta:  “¿Cómo estamos tratando al pueblo de Dios?" Y respondía a continuación:
 " Yo sueño con una Iglesia Madre y Pastora. Los ministros de la Iglesia tienen que ser misericordiosos, hacerse cargo de las personas, acompañándolas como el buen samaritano que lava, limpia y consuela a su prójimo. Esto es Evangelio puro. Dios es más grande que el pecado. Las reformas organizativas y estructurales son secundarias, es decir, vienen después. La primera reforma debe ser la de las actitudes" (Entrevista al Papa Francisco, p. 13).
La autoridad del testigo no se encuentra en la Ley que proclama sin en su credibilidad que permite que el Evangelio llegue al corazón de las personas. ¿Cómo podemos criticar al Papa por advertirnos que la reforma primera debe ser la de las actitudes? 

La autoridad del Papa Francisco es máxima: es el Vicario de Cristo en la Tierra, predica el Evangelio con toda su integridad y lo hace no sólo de palabra sino también con una conducta intachable.

Joan Carreras del Rincón
(publicado en Nupcias de Dios , el 27 de septiembre)

17 de octubre de 2013

¿Es malo el proselitismo?

"La Iglesia no crece por proselitismo sino por atracción" (Benedicto XVI-Francisco)


¿Es malo hacer proselitismo?

Todo depende de lo que se entienda por proselitismo, porque es una palabra que ha ido adquiriendo tonalidades negativas en los últimos tiempos.

En el Youcat (catecismo para los jóvenes que se entregó a los participantes de la JMJ Madrid 2011), se explicaba que el proselitismo es malo. Y con toda razón si por él se entiende el "aprovecharse de la pobreza intelectual o física de otros para atraerlos a la propia fe".

Sin embargo, no es éste el sentido atribuido por el Diccionario de la Academia de la Lengua Española:
“Proselitismo: celo de ganar prosélitos”
“Prosélito: Persona incorporada a una religión”.
 Hace unos días, Ernesto Juliá, respondiendo a la pregunta que le había dirigido un joven acerca de la pertinencia del proselitismo para los discípulos de Jesús, afirmaba que los cristianos somos proselitistas por vocación divina:
"Los cristianos no inculcamos los principios de nadie. Nosotros anunciamos el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado por amor a nosotros, y para nuestra salvación. Anunciamos esta Verdad, le comenté. Si nos cree, esa persona se convierte en prosélito cristiano, y nosotros hacemos proselitismo. Y así seguiremos hasta el final de la historia de los hombres en la tierra. Y lo somos, ya continué ayudándole a aclarar sus ideas, sencillamente porque somos fieles al mandato de Nuestro Señor Jesucristo: 'Id y predicad a todas las gentes'. Y así lo hemos vividos desde el primer día de Pentecostés. Los primeros cristianos, apenas recibido el Espíritu Santo, salieron a predicar; y entre los que escucharon y acogieron sus palabras, bautizaron a varios miles de personas. Aquel día la Iglesia hizo mucho prosélitos" (1).
 Que un creyente desee ardientemente que la fe encienda los corazones de otras personas no sólo no es lícito sino incluso necesario y natural. Eso mismo le ocurría a Jesús, cuando exclamaba: "fuego he venido a traer a la Tierra y qué quiero sino que arda". San Josemaría hablaba mucho de proselitismo y lo comprendía precisamente en este sentido espiritual:
"El celo es una chifladura divina de apóstol, que te deseo, y tiene estos síntomas: hambre de tratar al Maestro; preocupación constante por las almas; perseverancia, que nada hace desfallecer" (2).
El Papa Francisco, sin embargo, ha insistido muchas veces sobre este punto: "evangelizar no es hacer proselitismo"



Citando a Benedicto XVI, el pasado 1 de octubre, el Papa recordaba que la Iglesia no crece por medio del proselitismo sino por atracción (3).

El Evangelio, como por otra parte la misma verdad, tiene fuerza por sí misma.  « La verdad no se impone sino por la fuerza de la misma verdad, que penetra, con suavidad y firmeza a la vez, en las almas » (DH, 1). Éste es el principio áureo de la Evangelización.

El Evangelio es en sí mismo exigente. Dios llama al corazón de las personas cuando les llega el Evangelio convenientemente "predicado" por medio del amor y la misericordia, avalado por el testimonio coherente de los evangelizadores. En este sentido, cualquier presión que se pueda realizar sobre las personas desde fuera, es decir, añadiendo las propias exigencias desde el exterior, puede ser buena si se hace con respeto de la libertad y sin violencia, pero no puede identificarse con la acción de evangelizar. El Evangelio es gratuito: lo hemos recibido gratuitamente y así debemos darlo a los demás.

La frase de Pablo VI  "el mundo tiene más necesidad de testigos que de maestros" tiene hoy más actualidad que nunca. La sensibilidad postmoderna lleva a las personas a sentir repulsa por toda afirmación categórica de la verdad. Los absolutos morales y los dogmas son rechazados de plano por el solo hecho de ser presentados como absolutos o como dogmas. Éste el escenario en el que debe ser predicado el Evangelio. El proselitismo, por tanto, tiende a ser considerado como una realidad negativa. Es un hecho que sencillamente conviene tener en cuenta.

La exigencia del Evangelio debe sentirla sobre todo el evangelizador, que ha sido enviado por el Maestro: "id por todo el mundo y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he enseñado" (Mt 28, 18); "Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará" (Mc 16, 15-16).

Hacer prosélitos es bueno. La trampa está en el modo de hacerlos. La exigencia que siente el evangelizador -¡Ay de mí si no evangelizara!- no puede ser transmitida directamente al evangelizado, como si aquél fuese únicamente un transmisor o instrumento inerte. No se puede ir por la calle asaltando a las personas repitiendo literalmente las palabras de Jesús: "si no crees, te condenarás". Dejemos que sea el Evangelio el que penetre con "suavidad y firmeza" en los corazones. No añadamos ninguna otra exigencia externa porque no la necesita.

La gratuidad deberá ser una de las características más relevantes de la Nueva Evangelización. En este sentido, entiendo muy bien que el Papa repita esta frase para que a todos los católicos nos quede muy claro:

"La Iglesia no crece por proselitismo, sino por atracción...":  la atracción del Evangelio cuando es atractivamente presentado.

Joan Carreras del Rincón

______________________________
(1) Ernesto Juliá, ¿Somos los cristianos proselitistas?
(2) San Josemaría Escrivá, Camino 934. Donde dice "celo" podría perfectamente decir "proselitismo".
(3) Francisco, Homilía en la Misa celebrada junto a la comisión de los ocho cardenales. Esta frase ha sido repetida insistentemente por el Papa Francisco.

16 de octubre de 2013

Un sabio consejo

Vittorio Messori da en el blanco

Hace unos días Vittorio Messori escribió un artículo en el Corriere della Sera. Afortunadamente ha sido traducido al castellano y publicado en Humanitas bajo el título: Las palabras del Papa que perturban a los católicos.
"Por cuanto me ocupo, en libros y periódicos, de cosas católicas desde la época de Pablo VI, ocurre que no pocas personas –quizás desconcertadas o confundidas- insisten en pedirme opiniones sobre los primeros meses del nuevo pontificado. Suelo salir del paso diciendo algo que parafrasea la respuesta dada a los periodistas en el avión de regreso de Brasil, precisamente por el Papa Bergoglio: “¿Quién soy yo para juzgar?”. Si estamos obligados a no juzgar a los demás – palabras del Evangelio – tanto menos juzgaremos a un pontífice elegido, según los creyentes, por el Espíritu Santo. Ciertamente, hubo siglos en los cuales al parecer los hombres llegaron a sustituir al Paráclito: cónclaves simoníacos o dirigidos por las grandes potencias de la época, con candidaturas y vetos impuestos por la política. Y sin embargo quienes conocen realmente la historia de la Iglesia – condición que no es propia de quienes son demasiado superficiales –, quienes saben percibir la dinámica de “larga duración” a lo largo de veinte siglos, terminan sorprendiéndose al descubrir que San Pablo parece realmente tener razón cuando afirma que omnia cooperantur in bonum, todo coopera con el bien, también el bien de la Iglesia, que en materia de fe no está guiada únicamente por Cristo, sino también ciertamente por el “cuerpo místico“ (el texto completo).
Tanto por sacerdote como por bloguero advierto la perplejidad y desconcierto que sienten muchos fieles católicos ante la figura del Papa Francisco, tan distinta a la de Benedicto XVI. Lo que explica perfectamente Vittorio Messori es que la Fe católica está en juego.
"La comunidad guiada y gobernada por el sucesor de Pedro siempre ha tenido y tendrá un fin último (y único) del cual todo se desprende y que es recordado explícitamente por el Código de Derecho Canónico: “Es ley suprema de la Iglesia la salvación de las almas”. Si bien a veces parece olvidarse, todo se desprende de esto y la totalidad de la institución eclesial existe por esto: anunciar la vida eterna prometida por el Evangelio y ayudar a todos los hombres - con la predicación y con los sacramentos - a seguir el camino que lleva a la meta de la muerte, en realidad nacimiento a la verdadera vida. Todo lo demás es solamente instrumento, siempre modificable y destinado a pasar, comenzando por la burocracia curial, a pesar de ser ésta indispensable: Dios mismo ha querido necesitar una institución humana, con sus organismos y sus leyes. Cada Papa está obviamente convencido de esta prioridad de la salus animarum; pero Francisco, al parecer, con especial urgencia, y en tal medida que hace todo lo necesario para que el clero, los religiosos y los laicos lleguen también a tener conciencia de esto".
El  día 14 de octubre el Papa centró en tres puntos su discurso al Consejo Pontificio para la promoción de la nueva Evangelización: "primacía del buen ejemplo; urgencia de ir al encuentro de los demás; y proyecto pastoral centrado en lo esencial".

La Iglesia es el pueblo de Dios en marcha. De manera semejante a como Israel levantaba el campamento en el desierto, al son de la trompeta y bajo la guía de la nube, ahora el Papa ha convocado a la Iglesia en un sínodo y ha señalado el método que debemos seguir: todos juntos debemos centrarnos en lo esencial, que es la predicación del Evangelio pero no tanto por medio de palabras sino mediante el testimonio (primacía del buen ejemplo) viviendo la caridad con todos (encuentro con los demás especialmente los más alejados, los que han perdido la fe) y dejando para otro momento otras cuestiones que -desde esta perspectiva- resultan secundarias.

Quien sienta perplejidad haga un acto de Fe y confíe en la Iglesia y en los legítimos pastores, pero sobre todo no haga profesión de perplejidad divulgando a los cuatro vientos y compartiendo con los demás sus "perturbaciones interiores" que no son otra cosa que graves tentaciones. No pasa nada con ser tentado. Pero sí que existe el riesgo de agravar la situación añadiendo al pecado contra la fe otro peor, el escándalo.

Joan Carreras del Rincón

18 de agosto de 2013

Fe y violencia son incompatibles



¡Fe y violencia son incompatibles!, ha repetido con fuerza el Papa Francisco desde el balcón del palacio papal en Castelgandolfo. El de hoy ha sido, como nos tiene acostumbrados, un discurso breve, con un mensaje tan sencillo como profundo. Puede advertirse el dolor que siente nuestro romano Pontífice ante el martirio de centenares de cristianos en Egipto.

El Evangelio de hoy quizá ha podido ser empleado en otras épocas para legitimar algún tipo de violencia al servicio de la verdad. No se trata de una invención de los enemigos de la Iglesia. Sucedió. Y el Papa Juan Pablo II tuvo la valentía de referirse a ello y de querer entrar en el nuevo milenio con un acto de perdón y de reconciliación e instituyendo una comisión de historiadores y teólogos que estudiara las culpas de los hijos de la Iglesia (1):
«De aquellos rasgos dolorosos del pasado emerge una lección para el futuro, que debe empujar a todo cristiano a afianzarse en el principio áureo fijado por el Concilio: “La verdad no se impone más que por la fuerza de la verdad misma, que penetra en las mentes de modo suave y a la vez con vigor”» (2).

15 de agosto de 2013

En la fiesta de la Asunción

Reproducimos hoy este post publicado en Háblales de Jesús por Joan Carreras. Hoy en día la Fe en la resurrección de la carne se está difuminando o diluyendo. La fiesta de la Asunción es un buen momento para celebrar este aspecto completo de nuestra Fe cristiana. En la Virgen María se anticipa lo que será también nuestra resurrección.


Con las palabras "resurrección de la carne" la Iglesia ha querido evitar las posturas demasiamos evanescentes acerca de la resurrección de los muertos. No han faltado herejías que pretendían negarle a los cuerpos personales ese destino glorioso para el que han sido creados. Y ya desde los primerísimos tiempos la Iglesia acuñó esta expresión para que quede claro que resucitaremos con todo nuestro ser, alma y cuerpo.


Sin embargo, en la actualidad hay quien prefiere abandonar dicha expresión clásica y sustituirla por la más inteligible de "resurrección de los muertos", aunque detrás de estos intentos parece latir un deseo de restablecer esas corrientes espiritualizantes que acabarían por negar lo que se pretende subrayar: que eseste cuerpo que tenemos en su identidad el que resucitará al final de los tiempos (1). No es de extrañar que la Congregación para la doctrina de la fe haya insistido en mantener la expresión tradicional, ante los intentos de cambio producidos en las traducciones del Símbolo apostólico a las lenguas vernáculas, poco después del Concilio Vaticano II.


14 de agosto de 2013

Mártir de la caridad


Esta mañana he predicado sobre el testimonio de caridad que convirtió a Maximiliano María Kolbe en una luz admirable para la humanidad.

Tuve ocasión de estar en Auschwitz en agosto de 1990 y ver la celda en la que vivió este santo mártir polaco. Su historia y los hechos del martirio son ya conocidos -puede leerse una buena síntesis en este enlace-, por lo que mi intención es proponer una reflexión sobre este concepto tan interesante: el mártir de la caridad. Por lo general, los mártires son aquellos que han ofrecido su vida por defender la fe que profesan. En el caso de san Maximiliano María podría decirse en cierto modo lo que dijo Jesús respecto a la vida: "nadie me la quita, yo la entrego voluntariamente" (Jn 10, 11). En efecto, fueron muchas las ocasiones en las que Jesús se zafó de sus perseguidores, pero cuando llegó la hora fue él quien se entregó voluntariamente a la muerte. "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15, 13). Es perfectamente lógico que cuando san Maximiliano María se ofreció a las autoridades del campo de concentración para sufrir él el castigo que había recaído sobre otro prisionero, casado y padre de familia, este acto pueda considerarse el supremo martirio -es decir, testimonio- de la caridad.

29 de junio de 2013

Es una verdadera lástima

Se ha consumado la separación de la Fraternidad X


Hace tiempo escribí una versión libre de la parábola del hijo pródigo. La denominé: parábola del hermano cenizo.  Después del comunicado de las máximas autoridades de la Fraternidad de san Pío X, ahora la transcribo de nuevo a continuación, para después comentarla.

"Hermano cenizo
del pródigo hermano.
Sí: hermano que hizo
que huyera su hermano.
Todos estamos necesitados de conversión. Vivir en la Casa del Padre es exigente. Nadie puede conformarse con el hecho de estar en ella mientras haya hermanos "pródigos", a los que el Padre quiere con amor infinito y misericordioso.
El hermano del pródigo hermano habría debido de ir en su busca para traerlo de nuevo a Casa.
No lo hizo.
Tampoco se alegró cuando el pródigo regresó y se enfadó al ver que el Padre había organizado una fiesta para celebrarlo.
El hermano cenizo estaba enfadado.
Habitaba en la casa de su Padre, pero su corazón estaba triste, permanentemente triste. Y su tristeza llegó al culmen cuando la alegría del Padre estaba colmada.
El hermano menor había abandonado la casa paterna, pidiendo la parte de herencia que le correspondía. Sin embargo, ¿qué parte de culpa tuvo el hermano mayor, para que él hubiese abandonado el hogar familiar?"

Todos saben que la parábola del Hijo pródigo está dirigida a los judíos que no querían abandonar su posición privilegiada en la historia de la salvación y sentían los dones de Dios -la Alianza, la Ley, el Templo, las Promesas- como un don recibido en exclusiva. 

Hoy es la Fiesta de san Pedro y san Pablo, ambos "confesores" de Jesucristo y rocas sobre la que se construye la Iglesia. Tanto ellos como Jesús fueron considerados unos traidores porque predicaban un Evangelio universal de salvación. La Alianza de Dios con Moisés era sólo un tipo o figura de la verdadera Alianza en Cristo
"Mas ahora, en Cristo Jesús, vosotros, los que en otro tiempo estabais lejos, habéis llegado a estar cerca por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad, anulando en su carne la Ley de los mandamientos con sus preceptos, para crear en sí mismo, de los dos, un solo Hombre Nuevo, haciendo la paz, y reconciliar con Dios a ambos en un solo Cuerpo, por medio de la cruz, dando en sí mismo muerte a la Enemistad." (Ef 2, 14-16).
Los tradicionalistas de nuestra época experimentan también las mismas tentaciones que sufrieron los judíos. También ellos consideran que lo más importante es esa "doctrina" que confunden con el Evangelio. También ellos volverían a crucificar a Cristo, por duras que resulten estas palabras, siempre que la certeza de su posición en el mundo, sus prerrogativas, sus tradiciones se vean conculcadas.

Al igual que el hermano cenizo, perdón, el hermano mayor de la parábola pueden soportarlo todo menos que Dios haga fiesta con el pérfido y juerguista hijo pródigo. El hermano mayor siempre había estado en la casa del Padre. Estaba más con el cuerpo que con el espíritu. Pero ahora, cuando oyen la música y la fiesta, se niega a entrar o más bien, son ellos que se van del banquete y de la casa.

La fraternidad de san Pío X ha roto ya definitivamente con la Iglesia. Acusan al Concilio Vaticano II de "haber destruido y demolido a la Iglesia". Esto ha sucedido ahora, pasados los famosos cien días de pontificado. Ya no han aguantado más: la predicación del Papa en santa Marta y sus gestos "escandalosos" han sido la gota que ha rebasado el vaso.

Es una noticia triste. Dios estará hoy triste: porque ese hijo suyo no quiere entrar en casa.

Hace unos días el Papa Francisco habló de la oveja que queda en el redil y de las noventa y nueve que andan perdidas por el campo. Tan cuidada, tan acicalada, peinada y mimada, esa oveja ya no soporta la idea de compartir el redil con sus hermanas. Pero es necesario que el pastor salga a buscarlas. Ésta es una enseñanza para todos. Todos necesitamos conversión, porque ninguno podrá entrar en la casa del Padre sino se convierte de sus pecados. No estamos hablando de santos y de pecadores, sino de un Santo y de una muchedumbre de pecadores necesitados todos de conversión. Cada uno tiene su pecado. Que cada uno sea capaz de reconocerlo.

Joan Carreras del Rincón

29 de mayo de 2013

Frases como puños


Ha llegado a mis manos un libro impactante. Ya el mismo título quiere serlo: Frases como puños, de Luis Arroyo. Explica la gran epopeya de la manipulación del lenguaje con vistas a transformar en pocos años una sociedad que, como la española, era predominantemente católica.

Somos de ayer y sólo os hemos dejado vuestros templos. Ésta es una frase como un puño. El autor del libro tenía sólo 14 años en el curso 1982/83 y recibió un duro shock, según explica en una nota introductoria, cuando fue espectador involuntario de un documental que se proyectó en "uno de esos grandes centros con algunos miles de estudiantes de un único género regentados por sacerdotes. Con el alborozo que se produce cuando se rompe la rutina de las clases, nos sentaron en el salón de actos de la planta primera del colegio. Y cuando se apagaron las luces y se hizo el silencio, comenzó el sangriento espectáculo: brazos de feto desmembrados, una suerte de aspiradora  intrauterina, unas tenazas terribles, unos cubos de basura quirúrgicos rebosando miembros humanos… Una sucesión de diapositivas a cual más lúgubre para que viéramos cómo eran asesinados cada día esos pobres bebés".

Ahora, sólo treinta años después, puede escribir un libro en tono triunfal acerca de cómo se puede cambiar una sociedad con la simple manipulación del mensaje. Una misma realidad puede ser vista y entendida de manera radicalmente distinta. Lo importante es quien logra dar las claves de interpretación.

En apariencia, hay que de decir que tienen razón. ¡Qué duda cabe! No sólo las leyes han cambiado, sino también la cultura! Los cristianos parecen constituir un enemigo vencido. Los han barrido de todos los ámbitos y, al menos por el momento, les han dejado sus templos. En la sacristía o -lo que viene a ser lo mismo- en el ámbito de sus conciencias que piensen como quieran, pero que no se atrevan a expresarlo en público. Los han encerrado en sus sacristías.

¡Somos de ayer y sólo os hemos dejado vuestros templos! He aquí, efectivamente, una frase como un puño. La leí ayer por casualidad, pero no en el libro de este excelente ensayista, sino en un texto de Tertuliano, escrito en los primeros siglos del cristianismo, cuando ya habían quedado atrás las sombras de la persecución y los discípulos de Cristo habían conquistado la cultura. Éstas son las palabras del texto de Tertuliano:

"Somos de ayer, y hemos llenado todos vuestros lugares: ciudades, islas, fortalezas, municipios, aldeas, los mismos campamentos, las tribus, las decurias, el palacio, el senado, el foro. Sólo os hemos dejado vuestros templos" (1).

Leerlas y asociarlas al mensaje de Luis Arroyo fue todo uno. Las mismas palabras escritas por Tertuliano podrían haber sido pronunciadas por este sociólogo del siglo XXI. Aquél las refería al paganismo, que sólo encontraba refugio en los templos de las antiguas supersticiones religiosas; éste podría con toda verdad decir lo mismo de los católicos de la España actual.

Lo digo en parte con admiración. Pero también con pena. Esto es lo que le pasa a las ideologías: utilizan las frases como puños. No se trata de alcanzar una verdad, sino de vencer y ocupar un territorio. Al fin y al cabo, lo importante para mí ha sido descubrir que la célebre frase de Tertuliano era ideológica, es decir, estaba imbuida de un triunfalismo que es fatal para la Iglesia. Ayer, sin ir más lejos, el Papa Francisco afirmó que "El triunfalismo frena a la Iglesia. Es la tentación de un cristianismo sin Cruz. La Iglesia tiene que ser humilde".

La lectura del libro de Luis Arroyo se me promete muy interesante. Sólo he leído las primeras páginas, pero ya en ellas se advierte que los cristianos hemos sido víctimas de las ideologías: primero de aquellas que se han aprovechado de la fe para enraizarse y ocupar el territorio; después, de las que ahora están vigentes y parecen arrasar con su fuerza toda posible oposición. Ser conscientes de esto me parece todo un don de Dios. En el año de la Fe el primer paso que hay que dar es el de purificarla de todo residuo ideológico y de toda reminiscencia triunfalista.


Joan Carreras del Rincón
__________
(1) Tertuliano, Apologético, 37, 4.

17 de mayo de 2013

¿Qué son las ideologías?

Mi interés por las ideologías procede de la lectura de Benedicto XVI, quien con frecuencia usa este concepto en contraposición con la Fe. La Fe no es una ideología, aunque a los que carecen de ella lo pueda parecer. Hay diferencias muy importantes entre ambas realidades.

  • El creyente -al menos el cristiano- sigue a una persona y tiene fe en una persona y en lo que ella nos ha comunicado. No es fe en algo sino en alguien. 
  • La fe es ex auditu, procede de la escucha y, por lo tanto, de la palabra, del logos. La ideología, en cambio, es producto cultural, fabricación humana. 
  • La fe es un don absolutamente gratuito: quien la recibe experimenta la dicha del sentido de la vida, es decir, la salvación que viene de Dios y que es escatológica, esto es, que se encuentra en el más allá. La ideología es un conjunto de ideas -personales o colectivas y más o menos generales- que sirven para vivir en este mundo. 

En un principio, las ideologías no son malas. De hecho, en este mundo, no se puede vivir sin ideología pues forma parte importante de la cultura de una comunidad. Ése es el sentido que recibe en el diccionario: "Conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un movimiento cultural, religioso o político, etc" (1). ¿De dónde proceden las ideas? Es sencillo, de los que piensan y razonan las cosas, de los que interpretan la realidad y la quieren mejorar. Comunicar las propias ideas no es malo; todo lo contrario es connatural al hombre. Las ideas son como las semillas, pueden germinar y dar fruto. 

Sin embargo, el concepto de ideología es muy reciente: tiene sólo un par de siglos. En este tiempo, ha ido cambiando también de acepciones y de interpretaciones filosóficas. Digamos que la noción del diccionario es positiva y fácilmente comprensible por todos. Sin embargo, el problema se presenta cuando las ideas se pretenden imponer a los demás. Cuando no sólo te digo: ¡mira qué bien, escucha lo que se me ha ocurrido! Sino que te impongo que la aceptes como idea luminosa. Todavía recuerdo esa expresión feliz de Juan Pablo II en Cuatro vientos, en Cuatro Vientos, el 4 de mayo de 2003: "las ideas no se imponen, se proponen". Se lo decía a la multitud de los jóvenes allí congregados. Frase feliz y luminosa. 

Cuando las ideas se imponen entramos en una noción corrompida o negativa de ideología. De ser algo bueno, se convierte en algo malo e incluso perverso. Este uso peyorativo de la palabra ideología es cada vez más frecuente (2). A veces basta afirmar algo con rotundidad para que te tachen de ideólogo. El relativismo moral comporta esta consecuencia: cualquiera que afirme verdades absolutas en el ámbito moral puede ser acusado de defender una ideología. De esta manera, paradójicamente, la ideología más extendida es la que impone el silencio a los que piensan en términos de verdad. ¡Nadie tiene la verdad! Parece que para hablar deberías renunciar a ella y advertir que lo que afirmas es simplemente una opinión más. ¡La única verdad absoluta es la relativa a la inexistencia de una verdad absoluta! Ya se ve que el planteamiento falla por algún lado. 

Pero la pregunta que quiero formular hoy aquí es la siguiente: ¿A quién se dirigía Juan Pablo II en Cuatro Vientos? ¿A los jóvenes o a las autoridades y a las ideologías que impiden el ejercicio de la Fe y la libertad religiosa? Porque lo fácil es pensar que es el enemigo el que tiene que cambiar. Lo fácil es pensar que son las ideologías contrarias a la Iglesia las que tienen que cejar en sus ataques a la libertad. Pero me parece que el Papa se dirigía a los jóvenes allí congregados para que no se dejen seducir por ninguna ideología, sea cualquiera su signo, tanto de las de derechas como de las de izquierdas. 

No olvidemos el mundo en que vivimos. No despreciemos nuestra historia. Las guerras de religión, ¿no han sido acaso sino guerras ideológicas entre cristianos? El acto de purificación mediante el que el Papa Juan Pablo II pedía perdón en nombre de la Iglesia por los pecados cometidos por los cristianos de otros tiempo, para entrar así en el tercer milenio, ¿qué era sino la confirmación de que la fe había sido parasitada por las ideologías? El hundimiento de la opulenta sociedad occidental, ¿no es acaso signo de que las brillantes ideas de las que todos participamos no son tan sólidas y justas como pensamos? La invitación del Papa Francisco a que la Iglesia salga de sí misma, ¿acaso no es una invitación a que los cristianos purifiquemos nuestra fe y la limpiemos de residuos ideológicos?

De esta manera, las palabras de Juan Pablo II habría que entenderlas así: no impongáis vuestras ideas nunca, a pesar de que os parezca que resultan avaladas por vuestra fe. ¡Las ideas nunca se imponen! Y si los cristianos lo han hecho así algunas veces, se han dejado llevar por la ideología y han infligido un grave daño a la fe católica. Los cristianos -recuerdo haberle oído en otra ocasión- son los seguidores de Cristo, que fue víctima y nunca verdugo. Por eso, los errores de los cristianos de otras épocas -aunque sean recientes- no pueden ser imputados a los católicos de ahora, que están comprometidos con la Verdad pero no con ninguna idea, porque siguen a Cristo Víctima y no una doctrina. 

Nuestros principales enemigos no son los de fuera, sino los de dentro, aquellos que se dicen católicos y no comunican la fe sino que adoctrinan a los demás, invocando al Evangelio, a la Tradición o al Magisterio. 

En la portada de este blog aparece una frase de Pablo VI: "el mundo tiene más necesidad de testigos que de maestros". Santas palabras, porque el Evangelio está más ligado al testimonio que a la doctrina. Generalmente, cuando se invierte el orden y se le da más importancia a la doctrina que al testimonio se puede incurrir en planteamientos o actitudes ideológicas... o por lo menos que así lo parezcan.


Joan Carreras del Rincón

__________________
(1) En el Diccionario de la RAE, el primer sentido es éste: "Doctrina filosófica centrada en el estudio del origen de las ideas".

(2) Véase la voz Ideología, en wikipedia.

7 de mayo de 2013

¿Es justo bautizar a los niños?


En una famosa lectio divina que impartió Benedicto XVI el pasado 12 de junio en san Juan de Letrán, el Papa formuló esta pregunta con la que titulamos este post. Y la respuesta que él ofrece proviene de la razón, no tanto de las fuentes de la Revelación.

Benedicto XVI señala que quien se formula esta pregunta ya no ve en el Bautismo la realidad de un nuevo nacimiento. En el momento en que se establece esta relación entre la vida humana y la sobrenatural, entonces la respuesta -como se suele decir- está cantada. Nadie elige vivir. La vida se nos da y por tanto no se nos pide el consentimiento.

Cabría preguntarse con el Papa:
"¿Es justo dar vida en este mundo sin haber obtenido el consentimiento: quieres vivir o no? ¿Se puede realmente anticipar la vida, dar la vida sin que el sujeto haya tenido la posibilidad de decidir?" 
Y la respuesta no tiene desperdicio, sobre todo por las consecuencias que de ella se derivan:
"Yo diría: sólo es posible y es justo si, con la vida, podemos dar también la garantía de que la vida, con todos los problemas del mundo, es buena, que es un bien vivir, que hay una garantía de esta vida es buena, que está protegida por Dios y que es un verdadero don. Sólo la anticipación del sentido justifica la anticipación de la vida". 
Impresionante. Porque si formulamos esta frase en negativo, entonces cabe decir que cuando falta radicalmente la esperanza, cuando se carece totalmente de un sentido de vida, cuando se vive en el convencimiento de que el mal tiene la última palabra, entonces lo justo sería no dar la vida a nadie. Aquí tenemos una radiografía de la cultura de la muerte. Y una justificación psicológica de esa actitud tan propia del maniqueísmo y del catarismo de todos los tiempos. ¿Les suena? El matrimonio es una institución que perpetuaría el mal en el mundo. El peor pecado consistiría en procrear. A los esposos todo les resultaría lícito salvo la procreación que parece un mal menor: lo mejor sería que no hubiera más niños, pero se tolera que algunos sean tan egoístas que prefieran tenerlos, a pesar de que trayéndolos al mundo se les obliga a vivir una vida sin sentido y sin esperanza... truncada ineluctablemente por la muerte. Sin esperanza de salvación, por tanto, habría que dar la razón a todas estas manifestaciones de la cultura de la muerte que proliferan en la sociedad contemporánea.

El mismo Benedicto XVI sostenía que la muerte no es un castigo con el que Dios condenó a la humanidad como consecuencia del pecado de nuestros primeros padres, sino más bien un acto de misericordia respecto a los descendientes de Adán y Eva, los cuales arrastrarían una existencia miserable e inmortal en un mundo hostil: "la eliminación de la muerte, como también su aplazamiento casi ilimitado, pondría a la tierra y a la humanidad en una condición imposible y no comportaría beneficio alguno para el individuo mismo" (Spes Salvi, 11). Porque no debemos olvidar que "la muerte entró en el mundo por envidia del diablo" (Sab 2, 24). Con el pecado entró la muerte en el mundo: ciertamente podría ser una pena infligida a la humanidad pecadora, pero más bien me inclino a considerarla un don de Dios, una medicina sana, que nos permite reaccionar con humildad. En todo caso, lo que el Papa Benedicto XVI ha querido enseñarnos es que la esperanza de la salvación es clave de la existencia humana. Si no hubiera esa esperanza, sería mejor la muerte que la miserable pervivencia -no se le podría llamar vida-  en este mundo.

Porque hay esperanza, los hombres y mujeres siguen casándose, procreando hijos y educándolos para que sean ciudadanos de provecho y personas de principios. Ese dar la vida no es injusto, precisamente porque se espera que haya un final feliz. Es ciertamente una esperanza humana. No se trata de la virtud teologal de la esperanza cristiana, pero es suficiente para que la procreación pueda ser justificada.

En cambio, los cristianos que bautizan a sus hijos incluso cuando no tienen uso de razón, no sólo tienen esa esperanza humana, sino que en ellos actúa la Esperanza teologal. Así lo explica el Papa en el texto citado más arriba:
"Por lo tanto, el Bautismo de los niños no va contra la libertad; y es necesario darlo, para justificar también el don -de lo contrario discutible- de la vida. Sólo la vida que está en las manos de Dios, en las manos de Cristo, inmersa en el nombre del Dios trinitario, es ciertamente un bien que se puede dar sin escrúpulos". 

Joan Carreras del Rincón 



19 de abril de 2013

El poder genera periferias

El poder, en cuanto capacidad de someter la voluntad ajena, genera periferias


El poder humano genera periferias; el servicio, las redime. No se trata de una regla ni pretende ser un principio universal. Se trata simplemente de una reflexión en voz alta.

El poder humano genera periferias: el servicio, las redime. Una frase que merece una explicación o mejor que pretende ser una explicación de esa idea que está en la mente y en la predicación del Papa Francisco. Porque basta que nos pongamos a pensar en el concepto de "periferias existenciales" y surge una conexión con las nociones de poder y de servicio.

Si entendemos el poder como la capacidad de vincular la voluntad de los demás, ya sea por la fuerza o por otros medios efectivos, es comprensible que los círculos o ámbitos en donde se ejercita sean limitados, también en el espacio. Allí donde no llega el látigo, allí se sienten expulsados a morar los que no reconocen la legitimidad del poder. No es casualidad que sean las periferias de las grandes ciudades lugares en los que abunda la delincuencia. Tampoco lo es que los Estados se configuren con criterios de territorialidad, que establezcan sus fronteras y determinen las leyes que deben ser cumplidos en su circunscripción jurisdiccional. La jurisdicción es precisamente eso: la posibilidad de hacer justicia en un determinado territorio, es decir, de hacer cumplir la ley, de hacer efectivo el poder.

La jurisdicción no es universal. Tiene unos límites. Sólo algunos locos han pretendido levantar imperios universales y tener el mundo bajo su bota. Quien osara establecer una jurisdicción mundial o universal sería tildado de loco o de tirano. Y con razón. El poder de los hombres no es universal, por definición. De hecho, ejerce tal fascinación en quienes gozan de él que la filosofía política debe buscar los medios de limitar su ejercicio. Sólo habría una manera de conseguirlo de manera radical. Consistiría en convertir el poder en servicio. Puede parecer una auténtica utopía y probablemente lo sea. No me imagino un poder humano vivido en clave de servicio. En el estado de naturaleza caída, no es posible.

Sin embargo, es precisamente eso lo que ha planteado el Papa Francisco desde el principio de su pontificado: el poder es servicio. Esa es la vocación de todo poder humano, el sentido de la autoridad conferida por Dios a todos cuantos gozan de algún poder en la Tierra. Y su consecuencia correlativa: el deber de las personas de obedecer a los legítimos gobernantes. Esta obediencia encuentra su fundamento en el hecho de que el poder es por naturaleza un servicio a las personas.

En el ámbito de la sociedad y de su actual configuración política -el Estado- esta afirmación del Papa es realmente utópica, pero debería reconocerse como un principio hermenéutico del poder. Ahora bien, de lo que habla realmente el Papa Francisco es del poder en la Iglesia: en la medida que ésta es el Reino de Dios en la tierra, su ejercicio debe brillar por su naturaleza ministerial, es decir, de servicio.

Lo maravilloso es que los últimos Papas han dado un magnífico ejemplo. Han gobernado la Iglesia con un poder que ha brillado como un servicio efectivo a la Iglesia y al mundo. La diferencia está en que el Papa Francisco ha tomado este aspecto como principal objetivo de su pontificado. Todo poder eclesial debe ser comprendido desde su naturaleza más íntima -el servicio- y así debe de ser ejercido. Es una tarea que nos compete a todos: descubrir aquellos ámbitos en los que el poder es ejercido como dominio y control; advertir cuáles son las periferias existenciales en las que este ejercicio ha recluido a muchos fieles. Yo me siento comprometido en esta tarea.

Este post ha sido precedido por otros que siguen una misma línea argumentativa:

1. Lo que no va a cambiar el Papa Francisco
2. Fronteras y periferias
3. Ni repulsivos ni expulsivos


Joan Carreras

16 de abril de 2013

Ni repulsivos ni expulsivos



Una palabra me ha llevado a otra. El cardenal Bergoglio estuvo predicando unos ejercicios espirituales a los Obispos de la Conferencia Episcopal Española en enero de 2006. Ese texto, que él había entregado a los participantes, se ha publicado ahora en España bajo el título: "En Él solo la esperanza" (1). Ahí es donde he leído esa palabra que es poco usual en España, pero resulta muy elocuente: "expulsivos". El cardenal les pedía a los Obispos españoles que no fueran expulsivos. Y explicaba que los Apóstoles lo fueron con mucha frecuencia mientras acompañaban al Señor por los caminos:
En la multiplicación de los panes, los discípulos le van con un planteo al Señor: 'Estamos en despoblado y ya es muy tarde. Despídelos, que vayan a los cortijos y aldeas de arededor y se compren de comer' (Mc 6, 35-36). Es un planteo razonable, pero el Señor responde de manera inesperada: 'Dadles vosotros de comer'. Esta actitud 'expulsiva' es característica de los discípulos y será corregida una y otra vez por el Señor. También querrán que 'despida' rápido a la sirofenicia (Mt 15, 23) y 'regañaban' a las mujeres que le acercaban a los niños para que los bendijera (Mc 10, 13). Por otro lado, vemos también por dónde iban los intereses de los discípulos al ver que muchas de sus discusiones giraban en torno a quién era el mayor. Con firmeza y paciencia el Señor los va corrigiendo" (2).
Está el Papa hablando de las periferias existenciales de la Iglesia. Si las hay es porque los discípulos de Cristo seguimos siendo "expulsivos" con el prójimo. Se suele hablar en estos días de la reforma que el Papa Francisco llevará a cabo en la Iglesia. Pero se olvida muy rápidamente que antes que de las estructuras, el Papa está continuamente aludiendo a un cambio mucho más fundamental: el de los corazones de los fieles y de los pastores.  Deben cambiar las personas. El día que la vida de los todos fieles -y los pastores lo son también - sea reflejo de la Fe que profesan, entonces quizá no sería necesario reformar ninguna estructura eclesial.

Me parece que la manera más radical de ser expulsivos es la repulsividad: actuar de tal modo que las personas no tengan siquiera el deseo de acercarse a nosotros. La repulsividad sería algo así como la expulsividad encarnada. El repulsivo llega a tal perfección en sus hábitos, que logra que los demás se aparten de él y ni se le acerquen. Recuerdo algo que me ocurrió una vez en un autobús de Roma. Estaba yo sentado en uno de los asientos laterales y me extrañó ver cómo los ocupantes de los asientos anteriores al mío se iban levantando uno tras otro y moviéndose a posiciones más alejadas. No lo comprendía hasta que al final también a mí me tocó el turno. Un hedor nauseabundo se desprendía de un mendigo y se extendía lentamente por todo el vehículo.

Los fieles no podemos ser así. Nuestra vida no debería ser nunca repulsiva, porque si lo fuera eso significaría que la Fe no ha llegado a transformarla. San Pablo habló del buen olor de Cristo: "Porque nosotros somos para Dios el buen olor de Cristo, tanto entre los que se salvan, como entre los que se pierden: para éstos, olor de muerte que lleva a la muerte, para aquellos, olor de vida que lleva a la vida" (2ª Corintios 2,15-16).

El buen olor de Cristo es atractivo. Las muchedumbres seguían a Jesús y se le acercaban. Sentían la atracción poderosa de su persona y les encendían la esperanza los signos y milagros de que eran testigos. En esos momentos precisamente hay que evitar la "expulsividad". Cuando una persona se acerca a nosotros con una inquietud espiritual o con una necesidad, y lo hace porque intuye que somos discípulos de Cristo o porque somos sus ministros, hay una oportunidad de Evangelización que no puede echarse a perder.

En una ocasión, un sacerdote visitaba unas parroquias buscando monaguillos que pudiesen participar en un campamento de verano. En una de ellas, el párroco le respondió con toda seguridad: "Lo siento, pero aquí no hay monaguillos. Los acólitos son todos personas mayores". En ese preciso instante se acercó un muchacho de unos diez años y le intentó preguntar algo al señor párroco. Y éste le dijo: "Lárgate de aquí y no seas maleducado, no ves que estamos hablando. Ven más tarde". El otro sacerdote comprendió en ese momento por qué razón en aquella parroquia no había monaguillos.

Esta mañana, mientras maduraba estas ideas en mi cabeza, me ha llegado una de esas fotografías del Papa Francisco a las que les acompaña un texto. En este caso se trata de un email. Lo transcribo tal cual y siento realmente no poder aportar la fuente. Lo hago en la confianza de que no se trate de un bulo. No tendría mucho sentido. Esta historia explica perfectamente cuál debe de ser la actitud pastoral adecuada, en la reforma que nos propone el Papa Francisco:
Buenas tardes, el motivo de mi email es para contarte una historia maravillosa que nos tocó vivir con el -entonces- Cardenal Bergoglio, hoy el PAPA Francisco.
Mi esposa , mi hijo Eduardo, mi hija Emilie y yo vivimos hace 3 años en Canadá por temas laborales. Hace 6 meses decidimos bautizar a nuestra hija en Argentina y queríamos que el padrino sea mi cuñado Federico Abalsamo. Cuando le preguntamos a Federico, nos dijo que a él le encantaría pero que necesitaba bautizarse para ser padrino.
La familia de mi esposa es una familia mixta Judeo-Católica, ya que la madre de mi esposa es judía y el padre es católico… Los padres siempre le dieron a ellos la opción de elegir su religión…Mi esposa eligió la religión católica…la hermana, Carolina, la religión judía y el hermano, Federico, siempre estuvo mas cerca del catolicismo pero nunca se bautizó….Entonces -esa- era una Buena oportunidad para hacerlo.Empezó a averiguar para bautizarse en varia Iglesias y todas le ponían trabas de cursos o tramites burocráticos para hacerlo…Por ese motivo, Federico nos llamó y nos agradeció que lo hayamos elegido como padrino, pero que no se había podido bautizar por las trabas que había encontrado para hacerlo y que, dado el corto tiempo que faltaba para el bautismo, iba a ser imposible.MI esposa -no resignándose- decidió llamar a la Arquidiócecis de Buenos Aires para intentar hablar con Bergoglio, en aquel entonces Cardenal (eso fue aproximadamente el 15 de noviembre de 2012, 3 meses atrás) pudo hablar con la secretaria de Bergoglio quien escuchó atentamente toda la historia y le dijo que se lo iba a trasmitir al Cardenal. 15 minutos mas tarde sonó el teléfono nuestro….era el mismísimo Bergoglio llamando para preguntarnos en qué nos podía ayudar!!!!!!! No lo conocíamos….no nos conocía…y sin embargo nos llamó!!..Mi esposa le contó nuevamente lo que pasaba y la historia familiar…y Bergoglio le dijo que con mucho gusto iba a bautizar a Federico….que vaya ese mismo sabado a la Catedral que él mismo lo iba a bautizar!!! Cuando Bergoglio termino de bautizar a Federico le dijo que jamás se olvide de sus raíces judías!!!..  Increíble persona!! Y como si eso fuera poco Bergoglio se ofrecio a Bautizar a mi hija….nosotros no lo podíamos creer…que el mismísimo Cardenal Bergoglio bautice a nuestra hija!!!El Cardenal se tomo la molestia de venir desde su casa a la iglesia de San Martín de Tours, un sábado a la tarde a bautizar especialmente a nuestra hija sin conocernos y con la humildad de un grande! Tuve la alegría de conocerlo y de hablar con él y es una persona extraordinaria…me gustaría mucho que publiquen esta historia porque habla mucho de su humildad …y de cómo él piensa e interactúa con las religiones hermanas!!!
Realmente un ejemplo increible!!

Joan Carreras del Rincón
___________________

(1) Jorge Mario Bergoglio (Papa Francisco), En Él solo la esperanza, BAC, Madrid, 2013.
(2) Jorge Mario Bergoglio (Papa Francisco), En Él solo la esperanza, pp. 24-25.

14 de abril de 2013

Fronteras y periferias


Las fronteras son una realidad ambigua desde el punto de vista antropológico. En cierto sentido, del mismo modo que nuestro cuerpo tiene un límite, que es como una frontera en la que se distingue de los demás y al mismo tiempo les une a ellos, así también las comunidades humanas asentadas en el territorio marcan sus límites y se distinguen de las demás.

Podemos emplear el símil de una casa. Los miembros de la familia necesitan espacios de intimidad personal, ámbitos bien delimitados que protegen la identidad y permiten que la comunión enriquezca a todos y preserve lo propio y característico de cada uno. En una casa deben existir muros exteriores que configuran la unidad y también paredes que delimitan el espacio personal de cada uno de los miembros de la familia.

¿Pero qué pasaría si las paredes se convirtiesen en muros? ¿Y qué pasa si los espacios interiores entre los muros son sólo periferia de los ámbitos personales de cada uno de los habitantes? Viviendo en sus castillos interiores, los miembros de la familia sólo compartirían lo estrictamente necesario, lo justo para servirse de lo que necesitan de los demás. Cada uno estaría preocupado de lo propio, permaneciendo insensible a las necesidades de los demás. Lo que sucede en las ciudades, que tienen sus periferias, puede suceder también en los hogares.

El cardenal Bergoglio pronunció un discurso que conmovió a los Cardenales durante el Cónclave. En él se incluían estas palabras: 
"Evangelizar supone en la Iglesia la parresía de salir de sí misma. La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no solo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria (.../...) Pensando en el próximo Papa: un hombre que, desde la contemplación de Jesucristo y desde la adoración a Jesucristo ayude a la Iglesia a salir de sí hacia las periferias existenciales, que la ayude a ser la madre fecunda que vive de “la dulce y confortadora alegría de la evangelizar”.
En la Iglesia no tendrían que existir las periferias ni las fronteras. Es el Sacramento universal de la comunión. Haremos bien en meditar y reflexionar sobre estas realidades, con las que convivimos todos los días. El corazón se nos endurece y permitimos que quede insensible. La Humanidad es una familia mal avenida. En muchas ocasiones, las naciones convierten las fronteras en muros de separación y de exclusión, que con frecuencia relegan a muchedumbres a la condición de presidiarios. Esos muros son reales en muchos ocasiones, es decir, murallas de piedra o de cemento armado. En otras, las fronteras se constituyen sobre los accidentes geográficos. En todo caso, son muchas las veces que se convierten en símbolos de la división y del pecado de la Humanidad. Os propongo tres películas que tienen que ver con las fronteras.

1. Welcome

Desde muy antiguo el mar es símbolo de la muerte y frontera natural de muchos países. El título de esta magnífica película de Philippe Lioret encierra una irónica paradoja. En los felpudos de las casas se suele escribir esa expresión de gozosa acogida o recibimiento: welcome, bienvenidos. Occidente ha difundido por el mundo ese mensaje al mundo entero, una invitación a vivir en este tierra de promisión. El protagonista es un adolescente kurdo que atraviesa a pie todo el continente europeo hasta llegar al Canal que separa Francia de Inglaterra. Al otro lado del mar se encuentra su novia, con la que quiere encontrarse de nuevo, y también la realización de su sueño: ser jugador del Manchester united. 

Sin embargo, las dificultades que experimenta el pobre Bilal son insuperables. Alrededor de la gesta de este adolescente se desvelan las existencias de muchas personas. Los egoísmos y los heroísmos conviven, a veces en los mismos individuos. En definitiva, esta película no puede dejar a nadie indiferente. En nuestra vida podemos caer en la hipocresía. Aparentemente, nos mostramos abiertos y acogedores con nuestros gestos -como el felpudo de la puerta de casa- pero luego no estamos dispuestos a abrir la puerta de nuestra casa a nadie. Cuando no se trata de la puerta de un domicilio sino de la frontera de un país, las situaciones dramáticas y angustiosas pueden afectar a miles de personas.

2. Frozen river (Río helado)

También los ríos, más que ningún otro accidente geográfico, son las fronteras por excelencia. En Frozen riverse se trata de un río que separa Estados Unidos de Canadá, en una zona que constituye reserva jurisdiccional de los mohawk. En la época invernal el río está helado y constituye un medio fácil para hacer ganancias mediante el contrabando. Los protagonistas de esta historia son dos mujeres, una mohawk y otra estadounidense, que intentan sacar adelante a sus familias desestructuradas.


También en esta ocasión, los dramas humanos son conmovedores. En las mismas personas cohabitan la grandeza del amor y la mezquindad del egoísmo. La miseria empuja a veces a hacer cosas que no son lícitas, sin embargo también puede provocar reacciones positivas y solidarias.

3. Trade. El precio de la inocencia.
Aunque de calidad inferior a las otras dos, Trade también cuenta las vidas de mujeres y niños que son víctimas de la opulenta sociedad occidental en la que el comercio sexual no sólo mueve mucho dinero sino también propicia la creación de mafias que secuestran a esas víctimas para introducirlas ilegalmente en Estados Unidos por la frontera mexicana y luego subastarlas mediante internet a pervertidos que están dispuestos a pagar ingentes sumas de dinero por ellas.

Se trata de una película conmovedora. En este caso, las fronteras tendrían que servir para evitar esta salvaje explotación humana, pero en muchas ocasiones lo impiden la connivencia o la pasividad de las fuerzas del orden.

En todo caso, el problema de las fronteras comienza en tu propia casa, en esas paredes que delimitan tu espacio personal pero que se pueden convertir en un muro de segregación en el que o bien nos encerramos, ajenos a los problemas de los demás, o bien impedimos que nadie pueda entrar en ellos.