14 de marzo de 2014

El profeta Elías

Con el profeta Elías, que significa Yahvé es mi Dios, nos encontramos con un hombre vulgar, un hombre del pueblo, no es un cortesano, como sucede con otros profetas de los que aparece en la Biblia, como diría de él la carta de Santiago: “un hombre semejante a nosotros”. De él lo único que hace la Biblia es decirnos la aldea de donde procede al llamarle Elías el Tesbita, pero a reglón seguido se nos da a entender que a pesar de ello es un hombre desarraigado, siempre de aquí para allá, unas veces por mandato divino, otras poniendo tierra por medio para salvar su vida amenazada. Y es que Elías pasa por ser el defensor de los derechos de Dios, de la identidad del pueblo frente a los peligros de ser absorbido por el medio ambiente, y de los oprimidos frente a la arrogancia de los poderosos, a los cuales no gustan sus denuncias y su fidelidad o pasión por el Dios que había acompañado siempre al pueblo, el Dios de Moisés.

Pero no sólo es fiel a Dios entre la gente de su pueblo, rompiendo con los esquemas religiosos de su tiempo y de su pueblo, para quien Dios debe quedar circunscrito a los límites del pueblo elegido, abre los beneficios de Dios a los paganos, Dios le envía a salvar del hambre a una pagana, la viuda de Sarepta, y en nombre de Dios devuelve la vida al hijo dicha viuda.

Si leemos atentamente la historia de Elías, tal y como aparece en el primer libro de los reyes, nos encontramos que su vida es como un viaje, en el fondo sirve como arquetipo del viaje que debemos realizar cada uno de nosotros al interior de nosotros mismos donde terminamos por encontrarnos con nosotros mismos y, en último término, con Dios. Es el viaje donde uno es invitado a dejarlo todo, la inquietud por el futuro, pero también la nostalgia del pasado y en donde la meta del viaje se presiente lejos

Elías es el hombre que siente el fracaso, y es que a pesar de su fidelidad a Dios vive el conflicto interior de saber si sirve para algo todo lo que ha hecho. Todo se vuelve en contra de él. La ambición de una reina sin escrúpulo, que se ha visto puesta en ridículo por un profeta no cortesano y que no se casa con nadie, pone en peligro su vida, y en el fondo Elías tiene miedo y como nos sucede en estos caso quiere poner tierra por medio marchándose lejos: “Se levantó y se fue para salvar su vida”, y en el camino, cuando siente el zarpazo de la soledad no deseada y del abandono, por una parte tiene miedo de que le quiten la vida, por otra es él mismo el que desea que ésta termine cuanto antes: “¡Basta ya, Yahvé! Toma mi vida!”. El sueño de Elías bajo la retama no es fruto del cansancio físico, sino del desaliento. Y es en ese momento, cuando toca fondo, cuando más derrotado se siente sentir, se da cuenta que hay mucho camino por andar: “Levántate y come, porque el camino es demasiado largo para ti”, una forma de decirnos que es Dios quien dirige el camino. Y es que el camino es algo más que un camino al encuentro de uno mismo. Cuando el pueblo cae en la tentación de abandonar a Dios Elías camina al Horeb, donde Dios se había revelado al pueblo y se había dejado ver por Moisés, y es allí donde tendrá la experiencia más radical de su vida.

Y el hombre que ha sentido el desencanto, el fracaso, la persecución, y que se ha deseado la muerte va a encontrarse con Dios. Pero he ahí que Dios no aparece en ninguno de esos elementos en los que tradicionalmente había sido percibido, ni en el huracán, ni en el terremoto, ni en el fuego. Y es que en el Horeb Elías termina por darse cuenta que Dios puede hacerse presente de forma muy diferente por las que tradicionalmente ha sido percibido por el ser humano, Dios siempre estás más allá de nuestras ideas y de nuestros sentimientos, sólo así puede ser él y no una simple protección de nuestros deseos. Ahí, en el Horeb, Elías percibe que Dios pasa en una suave brisa, que es tanto como decir que lo importante es saber escuchar la voz de Dios en lo más interior de uno mismo. Eso fue lo que le ocurrió a Elías en la soledad del Horeb.

Elías en su viaje ha hecho la experiencia de la perdida, lo ha perdido todo: su tierra, su gente, las seguridades, la misma noción de Dios, de ese Dios por quien ardía de celo , y al fin, cosa rara en el Antiguo Testamento, ni descendencia deja, cuando está era vista como la mejor bendición de Dios. La tradición nos le recuerda como un hombre célibe, cuyo celibato se convierte no es una forma cómoda de estar en la vida, sino de su entrega a la causa de Dios. Al din sólo nos quedó su memoria, la del hombre libre y fiel a Dios.

Pero no acaba aquí el viaje de Elías, tiene que desandar lo andado para volver donde se construye la vida de cada día y donde la fidelidad a Dios se suele pagar caro y vuelve para comprometer su palabra no con los poderosos, a cuyo lado nunca se sintió cómodo, sino para seguir anunciando al Dios vivo, 

 Javier de la Cruz