14 de agosto de 2013

Mártir de la caridad


Esta mañana he predicado sobre el testimonio de caridad que convirtió a Maximiliano María Kolbe en una luz admirable para la humanidad.

Tuve ocasión de estar en Auschwitz en agosto de 1990 y ver la celda en la que vivió este santo mártir polaco. Su historia y los hechos del martirio son ya conocidos -puede leerse una buena síntesis en este enlace-, por lo que mi intención es proponer una reflexión sobre este concepto tan interesante: el mártir de la caridad. Por lo general, los mártires son aquellos que han ofrecido su vida por defender la fe que profesan. En el caso de san Maximiliano María podría decirse en cierto modo lo que dijo Jesús respecto a la vida: "nadie me la quita, yo la entrego voluntariamente" (Jn 10, 11). En efecto, fueron muchas las ocasiones en las que Jesús se zafó de sus perseguidores, pero cuando llegó la hora fue él quien se entregó voluntariamente a la muerte. "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15, 13). Es perfectamente lógico que cuando san Maximiliano María se ofreció a las autoridades del campo de concentración para sufrir él el castigo que había recaído sobre otro prisionero, casado y padre de familia, este acto pueda considerarse el supremo martirio -es decir, testimonio- de la caridad.



En la Encíclica Lumen fidei 51 leemos que "la fe nace del encuentro con el amor originario de Dios, en el que se manifiesta el sentido y la bondad de nuestra vida, que es iluminada en la medida en que entra en el dinamismo desplegado por este amor, en cuanto que se hace camino y ejercicio hacia la plenitud del amor".

Ya desde el mismo título y en los primeros puntos de la encíclica, se recalca la idea de la luminosidad de la fe. El papa recuerda la carta en que el filósofo alemán Nietszche le decía a su hermana que debía escoger entre dos caminos: "si quieres alcanzar paz en el alma y felicidad, cree; pero si quieres ser discípulo de la verdad, indaga". El camino de la fe sería seguro, pero oscuro; el camino de la razón, en cambio, sería luminoso.

En Auschwitz podemos apreciar el error de estas palabras. Ante un comandante nazi -representación del superhombre y símbolo de la voluntad de poder- se advierte a un hombre débil en apariencia que ofrece su vida. Auschwitz es el icono por excelencia de los horrores del poder absoluto y de las ideologías totalitarias. Maximiliano María Kolbe, en cambio, brilla en esa oscuridad y su luz es inextinguible.

Cuando se pierde la luz de la fe, las sociedades se sumen en la oscuridad y se conforman sólo "con pequeñas luces que alumbran el instante fugaz, pero que son incapaces de abrir el camino" (Lumen Fidei, 3). Cuando la fe languidece, las ideologías -sean del signo que sean- crecen.

El testimonio de san Maximiliano María Kolbe puede iluminar también un aspecto de la cultura de la vida que a veces se desenfoca precisamente porque no se contempla la vida humana desde la luz de la fe y del mensaje evangélico. La vida no es el bien supremo ni técnicamente hablando puede decirse que el derecho a la vida sea el primero de los derechos, como es frecuente escuchar. Quienes emplean esta expresión lo que quieren probablemente señalar es que la vida es el presupuesto de todos los derechos, puesto que sin ella no existe ya un sujeto que pueda invocar derecho alguno. Pero la importancia de los derechos se mide en relación a los deberes de la persona: y el principal bien y deber de la persona es buscar a Dios o la Verdad, de ahí que para cumplir este deber superior Dios nos otorgue ese derecho principal al que llamamos libertad religiosa.

Recuerdo que una vez afirmé esto mismo en un comentario de una red social y hubo algo de discusión, porque se consideraba arriesgada mi posición. Entonces un amigo salió en mi ayuda aportando este pasaje de un discurso de Benedicto XVI al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede:

"Se comprende que una labor educativa eficaz requiera igualmente el respeto de la libertad religiosa. Ésta se caracteriza por una dimensión individual, así como por una dimensión colectiva y una dimensión institucional. Se trata del primer derecho del hombre, porque expresa la realidad más fundamental de la persona. Este derecho, con demasiada frecuencia y por distintos motivos, se sigue limitando y violando" (Discurso 9 de enero de 2012).

El testimonio del mártir de la caridad nos puede servir para respetar esa jerarquía de los derechos, purificando el mensaje evangélico de los planteamientos ideológicos.


Joan Carreras