20 de agosto de 2014

SAN JOSÉ CONTEMPLATIVO

         
  Es ya proverbial el silencio de san José, del cual el Evangelio no nos conserva más que una palabra: Jesús, cuando le impuso el nombre el día de la circuncisión, única palabra que abarca y supera infinitamente todas las demás palabras.
Y en este silencio, prolongado por años, vemos algo especial de la persona de San José: “Pero es un silencio que redescubre de modo especial el perfil interior de su figura. Los evangelios hablan exclusivamente de lo que José hizo, sin embargo permiten descubrir en sus acciones -ocultas por el silencio-  un clima de profunda contemplación” (RC 25)..
            El silencio de san José es un silencio eminentemente contemplativo, es una subidísima contemplación, nos dice el Papa San Juan Pablo II, es decir,  un silencio en el que Dios le enseña, dice san Juan de la Cruz, “la ciencia sabrosa que es la ciencia secreta de Dios muy sabrosa, porque es ciencia por amor, el cual es el maestro de ella y el que todo lo hace sabroso” (CE 27,5). Le enseña la ciencia del amor, la única que quería santa Teresita. En el contacto y trato silencioso y diario con Jesús y María Dios Padre le esta enseñando esta ciencia. La abundancia de amor que el Espíritu Santo  derrama  en el corazón de san José no es fácil comprenderlo. Abismos de amor se van desarrollando en él. Por eso su vida es sabrosísima en cada momento, aún en medio de los trabajos y sufrimientos que tuvo que pasar en su vida que no fueron pocos y livianos, sino bien duros, porque los vive con abismos de callado amor que hay en su corazón, que el amor es el que lo hace todo sabroso.
Las altas comunicaciones místicas, como las que experimentó santa Teresa de Jesús, y con cuánto sabor espiritual, como ella cuenta, se experimentan en el más profundo y amoroso silencio... Escribe santa Teresa: “Pasa con tanta quietud y tan sin ruido todo lo que el Señor aprovecha aquí al alma y la enseña, que me parece que es como en la edificación del templo de Salomón adonde no se había de oír ningún ruido(1Rey 6,1), así es en este templo de Dios, en esta morada suya, solo él y el alma se gozan con grandísimo silencio” (7M 3,11)… Con grandísimo silencio se gozan san José y el Espíritu Santo en la comunicación y enseñanza de esta ciencia de amor que este le va enseñando día tras día.
San Juan de la Cruz afirma su vez: “porque lo que Dios obra en este tiempo no lo alcanza el sentido, porque es en silencio, que como dice el sabio, las palabras  de la sabiduría oyense en silencio (Eclo 9,17) (Llama, 3.67).
San José está en una actitud de adoración, en una actitud de éxtasis de amor ante la belleza, la fuerza y la grandeza del Maestro que le está enseñando esta ciencia de amor, que le hace caer en un profundo silencio interior que es la alabanza de Dios.
Nadie piense que san José no habló. La vida en la casa  de Nazaret se desenvuelve con toda normalidad; los que la habitan son seres lo más normales y humanos, a pesar de estar divinizados y precisamente por eso, es una familia que dialoga, comparte con la mayor naturalidad entre sí y con las demás gentes con quienes conviven. Pero sus palabras, no solo las de san José, sino también y en un grado más elevado las de Jesús y de María,  como sus hechos  están llenos de profundidad de callado amor que les imprime su  silencio que es intimidad amorosa con Dios Amor. De este profundo silencio, de este profundo callado amor nacen las palabras pletóricas de vida y sabor –las palabras de Cristo son espíritu y vida-  y las obras admirables y elocuentes más que las palabras.
San José no habló, pero hizo; su hacer desde los abismos de amor que envuelven su corazón es la mayor y mejor alabanza de su silencio interior, de esa intimidad intimísima con Dios Amor.
El contemplativo verdadero, que es san José, todo lo que hace lo hace desde el callado amor que le llena y desborda el corazón. Su vida es purísimo amor a Dios Padre a su amadísimo Hijo Jesucristo y a su amantísima esposa la Virgen María y a todos los hombres. Aprendamos a dejarnos llenar de la ciencia del amor, cultivando un silencio de intimidad con Dios Padre y Amor.


                                               P. RománLlamas,ocd