15 de agosto de 2010

Como un río hacia el océano divino


A Oceanida le ha gustado esta frase, entresacada de una de las perlas de Benedicto XVI publicadas ayer con ocasión de la víspera de la gran fiesta de nuestra Madre Asunta al cielo.

Y a mí también me ha gustado.

El poeta español había definido la vida de cada uno como un río, pero desde un planteamiento más pesimista. Se quedaba él en el umbral de una realidad a la que sólo la fe proporciona un acceso seguro:

Nuestras vidas son los ríos
que van a dar a la mar
que es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
y más chicos,
allegados son iguales,
los que viven por sus manos
y los ricos.

El poeta quería recordar que los ricachones tienen el mismo fin que los pobres miserables. Al final, todos morimos y la muerte nos engulle.

Sin embargo, Benedicto XVI nos presenta que el Océano cuyas infinitas aguas abrazarán a cada uno será Dios mismo. ¡Qué cambio de perspectiva! La vida de cada uno es un río y en sus aguas caudalosas no vamos solos. La vida es comunión de personas. Enlazados a nuestra entrega muchos llegarán -esa es la esperanza que hoy celebramos los católicos- a ese océano que es Dios.

Esta mañana temprano he leído la frase subrayada por Oceanida e inmediatamente he pensado en la razón principal por la que la Virgen María goza ya de la felicidad del Cielo. Porque Ella vivió plenamente identificada con su Hijo. El Espíritu de Jesús es un río en el que todos seremos llevados a la Vida Eterna. Dios ha querido que María, su madre, esté ya con Él en el cielo. El cielo de Jesús es la Trinidad divina y la trinidad de la tierra. Jesús, María y José. ¡Cuán lógico que Jesús haya querido llevarse al cielo a sus padres virginales!

"Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre". Estas palabras de Jesús se refieren a las personas de los cónyuges unidos en santo matrimonio. María y José estaban casados y su amor es eterno. El mismo principio por el que Jesús se llevó al cielo a su madre también puede aplicarse a José, su padre virginal. Los que Dios ha unido de forma tan santa e indisoluble -la trinidad de la tierra- no pueden estar ahora separados. Si Jesús y María gozan de la glorificación en cuerpo y alma, ¿cómo vamos a dejar fuera a José?

Ver la Sagrada Familia encumbrada en lo alto de los cielos es un icono maravilloso especialmente para estos tiempos en que vivimos. La familia es el santuario de la vida, pero no toda agregación humana es una familia. Existe el orden del amor que respeta la naturaleza y sus exigencias.

Jesús había enseñado que los que crean en Él "ríos de agua viva manarán de sus entrañas" (Jn 7, 38). Ciertamente se trata de un símbolo del Espíritu Santo, pero ese río que mana de nuestros corazones y nos lleve hacia el cielo no podemos comprenderlo sin nuestros seres queridos. Como Jesús se llevó a sus padres al cielo, así también deseamos hacerlo también nosotros.

Pero para permanecer en ese río que es Jesucristo -que es la Iglesia- debemos estar dispuestos a cumplir sus mandamientos.

Queridos blogueros, me alegra pensar que formamos como un río de comunión -de afectos y de oraciones- que está destinado a crecer y que nos llevará a un Cielo maravilloso si somos fieles a las enseñanzas de nuestro Maestro -ahora representado por Benedicto XVI-.

¿Habrá también un cielo de los blogueros?