4 de junio de 2016

MARÍA, TESTIMONIO DE SALVACIÓN



María queda llena de Gracia en cuanto se abre a la acción del Espíritu Santo: “He aquí la sierva del Señor, hágase conmigo conforme a tu Palabra” (Lc1,38). Y, simultáneamente nace en ella la disponibilidad de servicio. Posiblemente estaba ya, pero acoger la Palabra del Señor es disponerse para el servicio. Y no lo duda, corre a compartir esa dicha de dar vida con su prima Isabel, también agraciada con una nueva vida.

¡Qué hermosa la maternidad! Maternidad que hoy pasa por momentos difíciles y que su negación nos descubre la contradicción del hombre y la mujer. Porque cerrarse a la vida es abrirse a la muerte. Los pueblos que matan se destruyen, y eso lo estamos constatando en nuestro mundo de hoy. La vida es el don que Dios nos regala para vivir eternamente. Vivir eternamente si permanecemos en Él. Porque sería absurdo nacer para morir. Eso sólo se contempla desde un criterio mundano y caduco. La característica de la vida es vivir, y María, nuestra Madre nos los descubre y testimonia.

La vida es el camino para perpetuarla. No abrirse a la vida es aceptar la muerte.  El Papa San Juan Pablo II constata que la anticoncepción y el aborto «tienen sus raíces en una mentalidad hedonista e irresponsable respecto a la sexualidad y presuponen un concepto egoísta de la libertad, que ve en la procreación un obstáculo al desarrollo de la propia personalidad».

Hay dos momentos que me llenan de gozo y alegría. La expresión de María como respuesta a la exaltación de su prima Isabel al oír su saludo:
«Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!».

Sin lugar a dudas que este saludo le supo a María a gloria pura, porque de alguna manera le está confirmando la veracidad de lo que le había dicho el Ángel Gabriel. Su decidido Sí queda fortalecido, confirmado y reafirmado. La Gracia del Señor actuaba en ella y la respuesta de Isabel a su saludo le saca de su perplejidad y le confirma el anuncio de Gabriel. No es extraño ni sorprende lo que sale inmediatamente del corazón de María. Su canto, el MagnÍficat, lleno de alabanzas y salmos que, dormidos en su corazón, despiertan al anuncio del Ángel Gabriel, su agradecimiento por la maternidad, pero, sobre todo, por la maravilla inigualable de ser elegida la Madre de Dios.

¿De dónde puede saber Isabel el anuncio del Ángel a María? ¿Cómo puede, ni siquiera intuir, que el fruto de su vientre es el Señor? ¿Y cómo María entona su respuesta adelantando ya las maravillas que el Poder de Dios realiza en ella? Se puede entender eso. Claro que se puede negar, pero más por razones infundadas y sin consistencias que de sentido común. 

María, sólo llena del Espíritu Santo podía expresarse así: «Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como había anunciado a nuestros padres- en favor de Abraham y de su linaje por los siglos». 

Madre de Dios, intercede por nosotros, como hiciste por aquel matrimonio en Cana, pidiéndole a tu Hijo Jesús solucionar su problema, para que los matrimonio jóvenes se abran a la vida, a la verdadera Vida Eterna para la que hemos sido creados por amor. Amén.



Salvador Pérez Alayón