19 de octubre de 2013

La autoridad de Francisco

La autoridad del Papa es máxima: es el Vicario de Cristo, predica el Evangelio en su integridad y lo hace con una conducta y un testimonio intachables


¿En dónde reside la autoridad del Papa Francisco?

El Evangelio nos da la respuesta. Ante la pregunta de Jesús "¿quién decís vosotros que soy yo?", Simón no dudó en afirmar: "Tú eres el Cristo de Dios" (Lc 9, 20). Sabemos por san Mateo, que su contestación le valió su ascenso en el colegio apostólico: "Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos" (Mt 16, 17-19).

Esta autoridad la niegan principalmente los que nos son católicos. El Concilio Vaticano II ha afirmado que el Papa es "principio y fundamento perpetuo y visible de la unidad tanto de los Obispos como de la muchedumbre de los fieles"(Lumen Gentium, 23). La autoridad de Francisco es la misma que la de Pedro. Es la nota más característica de la catolicidad.

En estos días, el Papa Francisco ha puesto a prueba su autoridad. Con la libertad que ha caracterizado todo su pontificado, ha concedido sendas entrevistas al director de la Civiltà Cattolica y al de la Repubblica y en ellas ha respondido sinceramente a las cuestiones que le han sido planteadas. Mientras hablaba de un cambio de actitudes de manera genérica o referida principalmente a los pastores de la Iglesia, sus palabras causaban sorpresa y quizá admiración; pero en el momento en que ha concretado un aspecto de la pastoral: la caridad hacia las personas que están heridas, que han cometido delitos como el aborto o viven una sexualidad desordenada o se encuentran en situaciones matrimoniales irregulares, muchos se han sentido desconcertados. Así les ha ocurrido especialmente a aquellos fieles católicos que durante decenios han tenido la valentía de defender la doctrina católica precisamente sobre esos puntos en los que el Magisterio de la Iglesia se ha mantenido firme siempre ante los embates de la secularización tanto externa como interna de la Iglesia. Un conocido articulista español escribió hace unos días: "he estado haciendo el canelo". Lo decía con amargura y se refería al tiempo dedicado a defender las verdades relativas a la vida de los inocentes.

La autoridad del Papa Francisco se apoya en Cristo, es decir, en la confesión de Pedro -Tú eres el Cristo de Dios- y en la confesión de Jesús -Tú eres Pedro. Muchos han sufrido un duro golpe, pero se mantienen en pie gracias a la la fe católica que profesan. Obedecerán precisamente porque son católicos, pero quizá en su fuero interno seguirán pensando que el Papa se equivoca.

Hoy me gustaría invitar a cuantos se sientan en esta situación o en otra parecida a que consideren otro aspecto de la autoridad del Papa Francisco.

La autoridad del discípulo de Cristo -en esto diría yo que no hay especial diferencia entre el Papa y cualquier otro fiel cristiano- se apoya necesariamente en la ley y en el Evangelio. Si el Papa se equivocara y se atreviese a reformar los dogmas de la Iglesia, tanto en los que se refieren a la fe como a la moral católica, en ese momento su autoridad quedaría menoscabada. Eso les ocurre a todos cuantos gritan reforma y aluden a un cambio en las cuestiones relativas a la moral sexual, el sacerdocio femenino o el aborto. El Papa ha señalado en repetidas ocasiones que no quiere reformar nada que no pueda ser reformado. Ha invocado el Catecismo de la Iglesia, por ejemplo, cuando declaraba cuál debe de ser la actitud del católico ante las personas homosexuales. No podía ser de otro modo. Cualquiera que enseñe cosas contrarias a la verdad revelada y custodiada en el depósito de la fe pierde en ese mismo momento su autoridad. El Papa no es una excepción, salvo que precisamente en este punto él cuenta con el don de la infalibilidad.

Pero no es éste el aspecto más interesante de la autoridad del Papa Francisco y que le hace asemejarse mucho a su maestro Jesucristo. La autoridad está fundamentada antes en el Evangelio que en la Ley de Dios. La Ley no salva al hombre. En cambio, el Evangelio es causa de la salvación para el creyente. Como las verdades de la Fe son sobrenaturales y la razón no puede acceder a ellas por sus propias luces, la adhesión sólo puede proceder o bien de la gracia divina que mueve el corazón de los fieles o también de la coacción externa. Este último supuesto queda excluido, porque es contrario al principio áureo de la evangelización, del que hemos hablado en otra ocasión:
« La verdad no se impone sino por la fuerza de la misma verdad, que penetra, con suavidad y firmeza a la vez, en las almas » (DH, 1).
La imagen clave utilizada por el Papa Francisco en la mencionada entrevista ha sido la de un hospital de campaña. El personal sanitario no puede esperar a que vengan los enfermos, sino que debe de irlos a buscar al campo de batalla. Están heridos. La medicina no viene de la ley sino del Evangelio de salvación. La credibilidad constituye un punto fundamental de la autoridad evangélica. El primer mensaje no debe de ser necesariamente de orden moral, sino espiritual: al herido no se le puede preguntar qué niveles de colesterol tiene o cómo anda de azúcar en la sangre, puso como ejemplos el Papa.

A muchos les puede parecer que la misericordia es algo así como un suplemento del Evangelio, cuando en realidad se identifica con él. La misericordia alcanza su culmen cuando el herido abraza la verdad salvadora, que es Cristo. El mandato misionero de Cristo cuenta con la misericordia de los evangelizadores, porque sin ella es difícil que el Evangelio llegue al corazón de las personas. La autoridad del que anuncia la Verdad y la emplea para vencer al enemigo se presenta tarde o temprano débil y quebradiza. Aunque se apoye en la Ley de Dios, el que la anuncia carece de la autoridad propia del cristiano. Eso es lo que les sucedía a los fariseos. Las palabras de Jesús son emblemáticas:
"En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Haced, pues, y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen. Atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas" (Mt 23, 2-4). 
Si hablamos de una nueva Evangelización, ¿no será por qué quizá debamos aplicarnos todos estas palabras de Jesús? ¿No deberíamos examinar nuestra conducta para advertir que perdemos credibilidad -y autoridad- cuando señalamos la ley divina que debe ser respetada por todos pero quizá no le damos importancia al mensaje evangélico mismo? 

El Papa Francisco se hacía esta pregunta:  “¿Cómo estamos tratando al pueblo de Dios?" Y respondía a continuación:
 " Yo sueño con una Iglesia Madre y Pastora. Los ministros de la Iglesia tienen que ser misericordiosos, hacerse cargo de las personas, acompañándolas como el buen samaritano que lava, limpia y consuela a su prójimo. Esto es Evangelio puro. Dios es más grande que el pecado. Las reformas organizativas y estructurales son secundarias, es decir, vienen después. La primera reforma debe ser la de las actitudes" (Entrevista al Papa Francisco, p. 13).
La autoridad del testigo no se encuentra en la Ley que proclama sin en su credibilidad que permite que el Evangelio llegue al corazón de las personas. ¿Cómo podemos criticar al Papa por advertirnos que la reforma primera debe ser la de las actitudes? 

La autoridad del Papa Francisco es máxima: es el Vicario de Cristo en la Tierra, predica el Evangelio con toda su integridad y lo hace no sólo de palabra sino también con una conducta intachable.

Joan Carreras del Rincón
(publicado en Nupcias de Dios , el 27 de septiembre)