3 de septiembre de 2014

SAN JOSÉ ANTE EL MISTERIO DEL EMBARAZO DE SU ESPOSA MARÍA (II)

           
 José, el joven José, entre 18 y 25 años se ha desposado con María la jovencísima María, entre doce y catorce años. El matrimonio consistía en dos actos. Se ha celebrado el primero, la ceremonia de los  quiddusim= santificación, que equivalía a un matrimonio rato, con unas  consecuencias sociales y jurídicas: la desposada pertenecía al esposo pero seguía viviendo en casa de sus padres y no tenían relaciones matrimoniales entre ellos y la infidelidad de la esposa era considerada como una culpa y era castigada con la pena de la lapidación; la separación entre ellos era considerada como un divorcio que se tramitaba mediante la entrega del “libelo de repudio”. Si moría el esposo, antes de celebrar la segunda ceremonia, los nesssu´im, al año más o menos de la primera, la esposa era considerada como viuda y podía acogerse a la ley del levirato. Esta segunda ceremonia consistía en recoger el esposo a su esposa y llevarla a su casa. Este acto se celebraba con festejos que duraban varios días, de los que tenemos memoria en el evangelio, en la parábola de las diez vírgenes (Mt 25,1-139, y en el relato de las bodas de Caná (Jo 2, 1-11),
            Dentro del tiempo entre estos dos actos, José descubre que su esposa, María, espera un hijo y entra en una noche oscura y dolorosa. Dice San Juan de la Cruz que cuando uno está más tranquilo, gozando de Dios, de repente por una circunstancia exterior se ve metido en una noche oscura terrible. Una noche en la que Dios envía tempestades y trabajos interiores, escrúpulos y perplejidades intrincadas (1N 14,3-5) Algo así le debió suceder a san José, el esposo que vivía en paz y alegría, en su trabajo de carpintero, esperando la fecha y la hora de llevar a María, su esposa,   a su casa, y de repente aparece esta embarazada sin saber él nada.
            En esta noche oscura se trata de una acción de Dios, que es sabiduría amorosa de Dios, por la que purifica, ilumina y engrandece al alma, para unirla más estrechamente con él en amor; es la misma acción que purifica los espíritus bienaventurados, iluminándolos (2N 5,1).
            En esta noche oscura san José se encuentra solo ante el misterio del embarazo de su esposa, María. Y no debe extrañarnos nada esta soledad, pues Jesucristo, el Hijo de Dios, se encontró más solo que la una en el momento de su muerte, pues hasta siente en ese momento supremo de su existencia el abandono de su Padre. Algo parecido le pasó a santa Teresa de Jesús, la mayor devota de san José. Cuenta de sí misma que cuando la fundación del primer convento de san José de Ávila estaba envuelta en un gozo inefable, tanto “que estuve con tan gran contento que estaba como fuera de mí”... Y a las tres o cuatro horas, de improviso, se siente metida en una noche oscura terrible que describe con pormenores en su Vida... La revolvió el demonio con una batalla espiritual: que si había sido mal hecho, que si había obrado contra obediencia, que si les había de faltar de comer, que si había sido un disparate, que cómo quería encerrarme en casa tan estrecha y con tantas enfermedades, dejar casa tan grande y deleitosa y tantas amigas…y, además, una aflicción y oscuridad y tinieblas en el alma que yo no lo sé encarecer….paréceme estaba con una congoja como quien está en agonía de muerte. Estando en esta agonía le dio el Señor un rayo de luz para ver que era demonio y para entender la verdad y volvió el gozo (V 36,6-9).
            En esta sensación de estar solo ante el misterio del embarazo de María, lo único que le queda es la confianza en el Señor y pedirle que solucione él el problema. Y, sin duda se lo pide con mucha fe e insistencia. Él ha leído en la sagrada Escritura el relato del rey Josías, el rey piadoso y fiel de Israel, donde se narra que estaba afligidísimo, cercados de sus enemigos y poniéndose en oración, decía al Señor: Cuando no sabemos lo que tenemos que hacer, esto solo nos queda: dirigir los ojos a ti (2Cró 20,12). Él ha leído en los salmos, y lo ha meditado más de una vez que a los que confían en el Señor los envuelve la misericordia (Sal 32,10), que cuando los justos gritan, Yahvé los oye y los libra de todas sus angustias (Sal 34,18), que el que espera en ti, Señor, no será confundido (Sal 25,3), que como un padre siente ternura por sus hijos, así Yahvé siente ternura por sus fieles (sal 103,13), que la benignidad de Yahvé dura de eternidad en eternidad y su salvación sobre los hijos de los hijos (Sal 103,17), que bueno es Yahvé con todos, su ternura sobre sus obras (Sal 145,9), que cerca está el Señor de todos los que le invocan, de todos los que le invocan con confianza (Sal 145, 18) para librarlos de todas sus angustias, que Yahvé escucha el grito de los que le temen y los salva (Sal 145,19)
                        San José, en esta noche oscura y dolorosa, con una angustia mortal, piensa mil pensamientos, piensa en dejarla secretamente y este pensamiento al “tener el corazón tan hecho uno con ella, haberla de dejar era arrancársele las entrañas y partírsele el corazón” (San Juan de Ávila). Por eso pide insistentemente al Señor que no tenga que dejarla Y estando en estos pensamientos, en sueños manda el Señor a su ángel a solucionar su problema .Se le apareció el ángel en sueños y le dijo: “José, hijo de David, no temas tomar a María, tu mujer, en tu casa, porque lo que hay en ella es del Espíritu Santo” (Mt 1,20). Con estas palabras, dice San Juan Pablo II san José es llamado de nuevo a este amor esponsal con María, a celebrar con gran fiesta y alegría la ceremonia de una boda definitiva. El gozo de san José, al no tener que dejar a María, su esposa fue, sin duda intimísimo y desbordante en su interior.

                                                                       P. Román Llamas, ocd